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Tiene que existir una lógica interna, un acuerdo profundo, una necesidad
compartida entre la dictadura militar, el peronismo y el radicalismo para
que Domingo Cavallo haya sido figura de los tres “proyectos de país” que
esas fuerzas políticas propusieron. El pasaje de Cavallo por el escenario
procesista fue breve pero decisivo: estatizó la deuda privada. O sea,
transfirió al Estado las obligaciones financieras de las empresas. Así
“surge” Cavallo: como un hombre que carga sobre los cansados y teóricamente
desacreditados hombros del Estado miles y miles de dólares que aliviarán
a los empresarios y debilitarán al país, tanto como para iniciar lo que
ya ha concluido: el Estado no existe; las empresas, sí.
Acaso Cavallo represente como nadie la muerte del bipartidismo. Se creyó
que la Alianza venía a romper el bipartidismo. Pero no: hubo una purga
interna en la Alianza (purga que determinó la exclusión del Frepaso) y
de esa purga salió consolidado el viejo bipartidismo: este país que se
reparten entre peronistas y radicales, fingiéndose unos campeones de la
justicia social; otros, de la democracia política. Cavallo liquida el
bipartidismo no porque construya una fuerza política alternativa sino
porque unifica a peronistas y radicales. Ya no son dos, son uno. ¿Cómo
explicar si no que un superministro del peronismo (Cavallo-Menem) se transforme
en superministro del radicalismo (Cavallo-De la Rúa)?
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Hagamos algo de (breve) historia. Cuando De la Rúa lo pone a López Murphy
cree asegurarse su relación con los mercados. LM es un economista profesional
que responde a la ideología de los economistas profesionales: sólo existe
la economía. Era obsesiva en LM la frase acerca de solucionar el déficit
fiscal. Fue su bandera. Era la bandera de los suyos, los economistas de
FIEL. Esa bandera revela que los economistas no tienen una visión totalizadora.
Sólo “ven” números. La realidad es un paisaje macro en el que meramente
entran los factores que determinarán el único equilibrio que anhelan.
No el del país, no el de la sociedad en su conjunto, sino el equilibrio
fiscal. De este modo, agreden a todos aquellos sectores que son, para
ellos, superfluos: la educación, la cultura, el trabajo. (Con respecto
a la relación entre los economistas y la cultura debemos señalar que es
coherente lo que hacen. Un economista de FIEL se emociona acaso con tradicionales
lecturas de Adam Smith, o con Hayek o con Friedman y su acercamiento a
lo filosófico llegará a Karl Popper y su bandera de la sociedad abierta,
pero no más. No leen otros libros. No les interesa el teatro, ni el cine,
ni la música. La vida tiene forma de números; su corazón palpita en la
Bolsa y todo el resto es basura sentimental. ¿Cómo no habrían de agredir
a la universidad, a la educación, ponerles IVA al teatro, a los libros,
a las entradas de cine?)
En este sentido la imagen tosca y cuartelera de LM el breve fue paradigmática.
Había llegado la hora de hacerle cumplir a este país con sus verdaderos
compromisos, que no son internos, sino externos. Porque “eso” es el equilibrio
fiscal: cumplir con los acreedores externos. Para “eso” hay que sacrificar
lo interno. Es decir, para “eso” hay que reventar a los que viven aquí,
en la interioridad del país: maestros, profesores, músicos, comerciantes,
meros empleados, actores, escritores, médicos, etc. Cuando el “riesgo
país” disminuye para los banqueros, aumenta para los habitantes de la
Argentina. Ellos disminuyen el “riesgo país” haciendo de este país un
lugar cada vez más riesgoso para vivir. De aquí que tantos se vayan.
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Esta relación entre “riesgo país” y “país riesgoso” merece un desarrollo
mayor. Cuando “ellos” disminuyen el “riesgo país” y se serenan porque
están más cerca de la utopía neoliberal del equilibrio fiscal, “nosotros”
sabemos que el país se nos volverá más riesgoso, que mostrará su cara
más impiadosa: falta de trabajo, recesión, inseguridad política, social
y aumento de esa delincuencia que es el temido “estallido social” nuestro
de cada día. Así las cosas, el tosco, frontal, antipático López M. cayó
abruptamente. A los pocos días aparece Cavallo. Se lo ve sonriente, distendido,
seguro, anda en mangas de camisa, parece un populista. Pero ya no es el
Cavallo de los noventa. La sociedad civil lo recibe con beneplácito porque
enarbola un curioso razonamiento: “Cavallo nos metió en ésta; Cavallo
nos va a sacar”. No es tan fácil. El superministro de los noventa tenía
un fuerte apoyo político. La economía es, siempre, economía política,
algo que LM y los suyos ni siquiera atisban comprender. Cavallo sí. Sorprende
entonces su jovialidad. El primer Cavallo (el que lanza la convertibilidad)
era un engranaje –sin duda poderoso– de la alianza liberal-peronista que
significó el gobierno de Carlos Menem quien, recordemos, se empeñaba en
decir que detrás de Cavallo había una conducción política, con lo cual
salvaba su orgullo y decía una verdad. Menem pudo (como líder del populismo
peronista) sofocar la protesta sindical y manipular a las bases empobrecidas
del país, esos lejanos hijos del Estado keynesiano peronista, quienes
todavía esperan que el peronismo vuelva a ser peronista, algo que les
da aire a los peronistas para desarrollar políticas antikeynesianas, opuestas
a las del “primer peronismo”, tal como lo hizo Menem y, haciéndolo, sostuvo
políticamente a Cavallo.
Pero hoy, ¿quién sostiene políticamente a Cavallo? He aquí la gigantesca
diferencia entre el Cavallo de los noventa y el Cavallo del dos mil. Hoy
no lo tiene a Menem, lo tiene a De la Rúa. Es decir, está solo. Políticamente
solo, ya que si existe en la Argentina un político incapaz de nuclear
poder y respaldar un plan económico todos sabemos quién es: es ese señor
que se escapa a Italia (aconsejado por un niño travieso y algo posmo tardío
que responde al estrafalario nombre de Aíto) y se entrevista con Balbo,
con Batistuta y con Valeria Mazza mientras el país se desliza hacia contradicciones
insolubles.
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¿Cuáles son las contradicciones insolubles? Cavallo, sin el apoyo político
del pero-menemismo, va a fracasar. Está en el aire. Es su propio (excepcional)
vértigo el que lo hace girar. Pero no le va a durar mucho. Ha dejado de
ser un técnico y se acerca a ser algo insólito: un economista con eso
que se llama “cintura política”. Pero no tiene un partido detrás y él
no podrá crear uno. Entretanto, la Argentina tiene que pagar sus deudas
externas y sólo imagina pagarlas sacrificando a sus castigados ciudadanos
internos.
¿Qué harán? “Ellos” harán lo siguiente: rearmar el frente político neoliberal-peronista,
única fórmula que puede imponer en el país el plan de sufrimiento, hambre
y deculturación que piden los “mercados”. Ese frente requiere tres elementos:
1) Ruckauf y el peronismo en lugar de De la Rúa y los sushis. 2) Extrema,
poderosa militarización de la policía. 3) Condiciones carcelarias despiadadas
y cuasicampos de concentración en la provincia de Buenos Aires que, no
casualmente, el periodismo independiente ha denunciado en estos días.
De este modo, en medio de este horizonte tenebroso, vivir aquí será para
los argentinos un gran riesgo y la lucha de todos deberá darse, no en
base a un modelo de sustitución social, que por el momento es imposible,
sino luchando por la preservación de la vida, por la alimentación, por
los derechos humanos, por la cultura como vehículo de la denuncia. Nuestro
horizonte de hoy acaso no sea suprimir la barbarie, pero sí, absolutamente,
impedirle su despliegue impune.
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