El “Plan de peraciones”
de Domingo Cavallo
Por José Pablo Feinmann

Domingo Cavallo tiene el mismo problema que tenía Mariano Moreno: tiene un Estado deficitario y necesita recaudar fondos. De este modo, si Moreno –el 30 de agosto de 1810– presentó a la Junta de Mayo su Plan de Operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia, Cavallo –el 12 de julio de 2001, a tres días de la fecha de nuestra independencia– presentó a la sociedad argentina su –digamos– Plan de Operaciones para salvar la economía, para reducir tan drásticamente el déficit fiscal y que el mismo llegará a cero. No es otra su consigna: déficit cero, dice. Aquí (ya aquí) algunos cavallistas se indignarán: “¡Estos utópicos de pluma ligera no tienen arreglo! ¡Ahora nos tiran con el maldito Plan de Moreno por la cabeza!”. Pero, conjeturo, el jefe de los cavallistas, es decir, Cavallo, estará más que satisfecho: ¡cómo no va a gustarle la comparación con Moreno! ¿O no viene, también él, a salvar la patria? ¿O no tiene, también él, estatura y energía de prócer? ¿O no le aguarda, también a él, una majestuosa estatua en algún lugar céntrico de la ciudad?
Acaso diga (Cavallo) un reparo atenuador: Moreno, dirá, no tenía un déficit fiscal comparable al suyo. Habrá que responderle: es posible, pero Moreno necesitaba recaudar tanto como usted, ya que tenía urgencias irrestañables. Por ejemplo: librar una guerra independentista. Problema que (todos sabemos) Cavallo no tiene. Ni tendrá. Ni jamás ha pensado tener. Pero no ironicemos. No es necesario. Sólo, aquí, constatar lo que sigue: Moreno, como Cavallo, necesitaba recaudar. Sólo, entonces, analizar esto: qué propuso Moreno y qué propone Cavallo.
En el artículo 6º de su Plan, Moreno desarrolla su proyecto económico, que gira en torno al Estado constituido en centro y motor de la economía. “El artículo 5º del Plan se divide en catorce puntos en los que se desarrollan los siguientes temas: centralización de la economía en la esfera estatal, confiscación de las grandes fortunas, nacionalización de las minas, trabas a las importaciones suntuarias, control estatal sobre el crédito y las divisas, explotación por el Estado de la riqueza mineral. (...) La confiscación de las fortunas parasitarias surge como la primera medida a adoptar: ‘Las fortunas agigantadas en pocos individuos (define Moreno), a proporción de lo grande de un Estado, no sólo son perniciosas sino que sirven de ruina a la sociedad civil’. No queda entonces otro camino sino el de su inmediata confiscación: ‘¿Qué obstáculos deben impedir al gobierno, luego de consolidarse el Estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas providencias que aun cuando parecen duras en una pequeña parte de individuos (...) aparecen después las ventajas públicas que resultan de la fomentación de las fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos en favor del Estado y demás individuos que las ocupan en sus trabajos?’ En este texto hay un párrafo decisivo: Moreno admite que la realización de este plan económico tiene como condición de posibilidad la consolidación del Estado sobre bases fijas y estables. Anteponía, de este modo, con indudable sagacidad, la política a la economía, comprendiendo que no basta con idear un proyecto económico revolucionario sino que es necesario generar el poder para imponerlo” (JPF, Filosofía y nación, Ariel, 1996).
Luego, Moreno explicita el tema de la confiscación de fortunas y la centralización estatal: “Se verá que una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentación de las artes, agricultura, navegación, etc., producirá en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservación de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil” (Plan de operaciones).
Aquí Cavallo empezaría a inquietarse: si para ser un prócer y salvar la patria tiene que confiscar las fortunas parasitarias y prohibir lasimportaciones suntuarias, nunca, pero nunca tendrá su estatua en la plaza histórica. De acuerdo, no hay que exigirle tanto. Moreno era un jacobino con propuestas “de máxima” y eso hoy está decididamente demodé. Ahora bien, diga, Cavallo: si usted, para paliar el déficit fiscal, no quiere confiscar las grandes fortunas o prohibir las importaciones suntuarias o controlar el crédito, bien, es la lógica de los tiempos y usted no tiene por qué estar fuera de ella, pero, al menos, no le quite el dinero a los jubilados. Se dirá: ¡qué panfletario este tipo, no entiende nada! No: aquí todos entendemos y todos estamos hartos de que nos tome por idiotas. El déficit fiscal no se arregla sacándole treinta pesos a un jubilado que recibe doscientos sesenta. Y esto es (no sólo esto, claro) lo que hace Cavallo. El jueves a la noche, en el programa de Grondona, le dicen que una señora llamó por teléfono y dijo que si le quitan treinta de los doscientos sesenta pesos que le dan, la va a pasar mal. Y Cavallo –con sus grandes ojos claros y siempre brillantes– dice que todos “tenemos que poner lo nuestro”. Que los legisladores y jueces de la nación también lo harán. No hay ley que los obligue, claro. “¿Dependerá de su buena voluntad?”, pregunta Grondona. “No”, dice Cavallo, “cuando los legisladores y los jueces vean que la gente es obligada a recibir menos, ellos también, por la presión de la gente, aceptarán los descuentos”. O sea, a los jubilados se les impone la poda. Políticos y jueces tienen que “aceptarla”. A un jubilado se le “impone” bajar de doscientos sesenta a doscientos treinta, a un político se le “sugerirá”, pongamos, bajar de ocho mil a siete mil ochocientos, con suerte.
¿Qué haría Moreno que Cavallo no hará? Un par de cosas. 1) Reestatizaría el sistema de jubilaciones. Diría que el déficit fiscal, en buena medida, se debe a las AFJP. 2) Volvería a instaurar los aportes patronales, que bajo la excusa de que aumentaría el desempleo desligó a las grandes empresas de sus contribuciones al Estado. 3) Cobraría impuestos a las ganancias extraordinarias. 4) Suspendería de inmediato los aportes de los trabajadores a las AFJP. 5) Revisaría las privatizaciones. Concesión de autopistas. Servicios públicos. Le echaría una mirada severa al movimiento impositivo de algunos grandes supermercados. 6) Controlaría el acceso al crédito de quienes poseen fortunas parasitarias o incurren en importaciones suntuosas, a las que gravaría sin piedad.
Posiblemente envenenado, Moreno murió en alta mar, en un barco que lo llevaba a Inglaterra. Había fracasado. Fue un abogado joven y brillante, un jacobino urdido por un profundo desdén por el pueblo como sujeto de la política. Así, jamás logró consolidar las “bases fijas y estables” del Estado. Hecho curioso y triste a la vez, ya que había advertido –desde el plano teórico– que un plan económico es tan bueno como buena es la fuerza política capaz de imponerlo. Lo mismo pasa hoy en la Argentina. Es absurdo pedirle a Cavallo que confisque las grandes fortunas o –al menos– que cobre impuestos a las ganancias extraordinarias. O –¡al menos!– que revise las privatizaciones de las que surgen esas ganancias extraordinarias. 1) Cavallo pertenece a las grandes fortunas, él posee la suya. 2) Cavallo no va a revisar las privatizaciones: él fue parte esencial del gobierno que las realizó. Así las cosas, para solucionar el déficit fiscal sólo puede –coherentemente– hacer lo que hace: quitarle a los jubilados y pedirles a legisladores y jueces que hagan algún gesto pour la galèrie. El resto le pertenece a la sociedad argentina. El resto es que nosotros (los que estamos hartos de que este país sólo nos muestre el doble rostro de la debilidad y la obsecuencia ante los poderosos y el abuso con los débiles) pensemos en el Plan de Moreno y en el único y grave problema que hoy presenta: cómo forjar el poder político para imponerlo.