La osamización
Por José Pablo Feinmann

No es correcto afirmar (como se hace) que Huntington (todos sabemos de qué hablamos cuando hablamos de Huntington: del politólogo que atiborra los escaparates de las librerías de Occidente como si ofreciera la llave para entender lo difícilmente entendible: el mundo post-Torres Gemelas) no incluye a América latina en Occidente. Sucede que este ex miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca desdeña tanto a América latina que casi la ubica fuera de la historia. O, al menos, jamás en sus centros de decisión. En 1920 América latina no figuraba en tanto “gobernada por Occidente”, sino como real o nominalmente independiente de Occidente. Todos sabemos (y Huntington también) que la independencia de América latina no era real, sino nominal. Durante la Guerra Fría, América latina figura entre los Estados no alineados. Sin embargo, como parte del Tercer Mundo, es el campo de batalla. “Durante la Guerra Fría, la política global se convirtió en bipolar, y el mundo quedó dividido en tres partes” (p. 21). Estados Unidos, la Unión Soviética y el Tercer Mundo. Había conflictos, y graves. Pero no en los territorios de los dos grandes bloques, sino lejos. “Gran parte de ese conflicto tuvo lugar fuera de estos dos campos, en el Tercer Mundo, formado por lo general por países pobres, carentes de estabilidad política.” Con lo cual -.pongamos– la Revolución Cubana, la luchas de liberación en Argelia, las insurgencias latinoamericanas forman parte de un simple período de la historia. Un período en que las batallas se daban en los patios traseros. Así las cosas, aunque Huntington considera como “no alineados” a los países latinoamericanos, admite, no obstante, que en sus tierras se libraban las batallas entre los dos polos de la Guerra Fría. ¿No alineados? Kissinger, al darle mano libre a Pinochet y a Videla, ¿no los alineaba con el “Occidente cristiano”? ¿O acaso no desaparecieron treinta mil personas en la Argentina en nombre del “Occidente cristiano”? Somos, para Huntington, el patio trasero, el sucio y desdeñable patio trasero. En 1920 éramos “nominalmente independientes”. Durante la Guerra Fría éramos el campo de batalla de las guerras sucias. Y en la posguerra fría no somos parte de Occidente. No es eso lo que dice. Somos parte de Occidente, pero lo somos en tanto pertenencia de Occidente. Por eso somos y no somos. Occidente es Estados Unidos, Europa, Australia y, of course, las islas Falklands. América latina es coto de negocios de Occidente. Propiedad de Occidente, de las finanzas de Occidente. De terreno de la suciedad de la guerra a terreno de las inversiones, que han sido logradas por el triunfo en esa guerra. Digámoslo así: durante la Guerra Fría Occidente libró sus batallas contra el comunismo en los patios traseros y sucios del Tercer Mundo. Luego, ganadas esas batallas, ordenados esos patios traseros, Occidente los ha entregado a sus financistas. Antes pertenecíamos a Occidente en tanto campo de batalla, ahora en tanto deudores. Nosotros somos el Occidente deudor. Y es tanto lo que debemos, es tan honda nuestra decadencia, nuestra vaciedad sociopolítica, que Huntington ni nos considera dignos de “ser” Occidente. Lo son ellos; nosotros somos parte de Occidente en tanto somos deudores cautivos de los países triunfantes que lo encarnan.
Ocurre .-por otra parte– que algunos se dejan seducir por la espectacularidad del terrorismo osámico. Es verdad que Osama ha logrado algo inédito: por primera vez Estados Unidos siente, sufre, padece el dolor y la humillación de ser “campo de batalla”. Ya las guerras no se dan en los patios traseros. Han estallado en el corazón del Imperio. Pero mal, éste es el punto. Porque Osama bin Laden no es ni la lucha de clases, ni la revolución de nada ni la superación dialéctica de los conflictos. Osama es la antidialéctica. La dialéctica supera, pero no destruye. Jamás Marx (a quien Osama odia por “asociar” a Alá a otros dioses: al hombrerevolucionario, que reemplaza a Dios) pensó en la destrucción del Occidente capitalista, sino en su superación. El proletariado representaba una contradicción interna del capitalismo: el corazón de su conflicto. De la superación de ese conflicto (y no de su destrucción) surgiría una sociedad nueva. En Occidente muchos somos occidentales porque pensamos así. Porque Occidente ha generado las ideas, los humanismos, las concepciones de la historia capaces de superar las injusticias del capitalismo. Porque podemos ser occidentales y estar en profunda, total contradicción con el poder occidental, el que defiende Huntington. Atormenta pensar que la brutalidad impolítica del osamismo servirá para borrar los movimientos antiglobalización, para llevar a primer plano a los halcones, para transformar el disenso en subversión (según dijera Susan Sontag desde el centro de Occidente, posibilidad de contradicción interna que hay que defender, ya que ningún talibán podría decir algo semejante de Osama sin morir asesinado en un par de horas).
Es absurdo pensar ante el mundo post-Torres Gemelas: “Al fin los norteamericanos saben lo que es sufrir y morir en su tierra, tal vez ahora nos comprendan más”. Falso de toda falsedad. El terrorismo no abre el camino a los “comprendedores”, sino a los halcones. La occidentalización que propone Bush se hermana con la osamización. La osamización (es bueno que lo sepan los osamizadores) es hija de Estados Unidos. Responde a la misma concepción destructiva de la historia. Osama y Bush son especulares. Pretenden ser lo Otro de lo Otro. Pero son lo Uno: la historia en tanto terror y destrucción. Las bombas misilísticas que caen sobre Kabul son la perfecta contracara de los aviones-bomba que cayeron sobre las Torres Gemelas.
Pero voy a cederle mis últimas líneas a quien merece tenerlas. Días pasados fui a un restaurante donde hay un mozo muy peculiar: lee a Walsh, a Oesterheld, a Faulkner. No debe ser el único, claro, pero lo hace con una pasión admirable. Con esa misma pasión, días pasados, decía, me muestra una fotocopia arrugada, fruto sin duda de varias lecturas: eran tres o cuatro páginas. “¿Sabe qué tengo aquí, sabe qué es esto?”, pregunta. Y dice: “Es una nota de Osvaldo Bayer. ‘Las parturientas de Kabul’. ¿La leyó?” Desde luego, le digo. Y él dice: “Mire que se escribieron cosas sobre todo esto, eh. Pero no hubo nada mejor”. Le digo que sí y leemos juntos algunos fragmentos. Uno de ellos es el que sigue: “Y llega Bin Laden, el nuevo Vespucio de espada desenvainada. El alumno desagradecido de los Estados Unidos. Dicen que quiere liberar a su pueblo. Con la religión y millones de dólares chorreantes de petróleo. Con las mujeres a quienes se les prohíbe ir a hospitales y escuelas y a mostrar, lo más hermoso, sus rostros. Y a quien transgrede la moral, le pegan un tiro en la nuca en el estadio de fútbol de Kabul, ante un público desbordante de crueldad, histérico: la mujer toda cubierta recibe el balazo de no sabe dónde. Dólares y religión. Y ahora bombas. Esto en Arabia, en los países musulmanes, todo un continente lleno de riquezas dominado por reyes, jeques, sacerdotes”. Y Bayer sabe muy bien entre quienes se ha desatado esta guerra: “Es una guerra entre la derecha occidental y cristiana y la extrema derecha musulmana”. Una guerra entre el occidentalismo de Bush y Huntington y el fundamentalismo ultracoránico de Bin Laden. Quienes crean que la antítesis del occidentalismo es el osamismo no saben pensar la política, ni la historia, ni la condición humana, ya que esta última (según dijera León Rozitchner en una clase dictada en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo que este diario publicó el 1/6/2001) se divide en dos partes esencialmente antitéticas: los asesinos y los no asesinos. Nosotros no somos asesinos.

 

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