Luis XXXII y
los fantasmas
Por José Pablo Feinmann
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1 Los chistes adversos señalan la debilidad del poder. O –para ser más
exactos– del gobierno, esa expresión política del poder que, en la Argentina,
ha sido sometida a la expresión económica, la del establishment que realmente
gobierna y que, durante estos días, se mantiene a la espera, observando
qué cuernos hacen los políticos con el poder representativo que la democracia
les concede. Los políticos hacen todo tipo de cosas. Pero uno de ellos
–que es, nada menos, el Presidente de la nación– hace muy poco, lo que
hace lo hace mal y, lo que aun es peor, lo que hace pareciera no ser él
quien lo ha decidido. Así, le caben los chistes adversos.
No todos los chistes sobre los presidentes son adversos. Menem gobernó
diez años en medio de un enjambre de chistes. Se publicaron, incluso,
antologías: El humor en los tiempos de Carlitos. Pongamos un ejemplo de
“chiste que concede poder”. Todos lo conocemos. Es ese que dice: “A Menem
le dicen el Rey de los Boludos”. Uno pregunta por qué y la respuesta es:
“Porque él es el rey y nosotros, los boludos”. Este chiste concedía poder
a Menem y se lo restaba a la sociedad. En todo caso, reconocía algo que
muchos dicen durante los erráticos días que corren: Menem gobernaba. El
vacío de poder es hoy tan hondo que, aun quienes lo detestaban, extrañan
al detestado: Menem, dicen, sabía al menos qué hacer con el país.
Lo que nos lleva al otro tipo de chistes: los que no otorgan poder, sino
que detectan su cuasiinexistencia. De la Rúa ha merecido innumerables.
Algunos tienen sesgo peronista. Quiero decir: han sido elaborados por
los militantes o dirigentes del partido que espera recibir otra vez el
gobierno como una fruta madura o directamente podrida por la ineficacia
de sus adversarios. Chiste peronista sobre De la Rúa: “Le dicen papel
de calcar, porque es transparente, pero no sirve ni para limpiarse el
culo”. La aspereza del lenguaje revela el touch peronista. Durante –conjeturo–
las últimas dos semanas, acaso a partir de la renuncia de Chacho ha florecido
otro chiste que –conjeturo también– ha de haber salido del Frepaso, ya
que aunque tiene una palabra áspera (suponiendo que “boludo” sea una palabra
áspera en la Argentina de hoy), exhibe un touch cultural que lo remite
a la Revolución Francesa, a los bastillazos de París y –en su aspecto
más temible– a la guillotina. Dice así: “A De la Rúa le dicen Luis XXXII”.
Uno pregunta “por qué” y recibe la siguiente respuesta: “Porque es el
doble de boludo que Luis XVI”. Es un chiste cruel. Cabe tal vez preguntarse
qué desmedidos errores ha cometido un gobernante para merecer –en apenas
diez meses de gestión– un chiste tan cruel. Sería deseable que el gobernante
–si su entorno le permite enterarse de la existencia de tal chiste– se
lo pregunte a sí mismo.
2 Quienes desean defender al débil De la Rúa de las municiones gruesas
(en verdad, para un presidente débil no hay munición que no sea gruesa)
lo hacen desde, por decirlo así, las “advertencias de la Historia”. Hay
un fantasma que recorre la Argentina y ese fantasma viene en defensa de
De la Rúa. Cosa que acaso revele más que cualquier otra la debilidad presidencial.
Porque como le habría dicho Maquiavelo al Príncipe: “Si sólo puedes defenderte
con un fantasma, es porque ya eres uno”. Como sea, los delarruistas han
convocado al fantasma de Illia. En un clima de miedo (como hoy vive la
Argentina), lo mejor es convocar miedos que nos fortalezcan, piensan en
el cerrado y escaso entorno del Presidente. Recurren, entonces, a eso
que hemos llamado las “advertencias de la Historia”. ¡Recuerde lo que
hicieron con Illia!, le espetan a la ciudadanía. Bien, recordemos: a Illia
le hicieron todo tipo de perradas para demostrar su debilidad y reclamar
su reemplazo por la fuerza delestamento militar. Le tiraban tortugas en
la Plaza de Mayo. El mensaje era: “Este presidente es lento”. Y vino Onganía.
Así los delarruistas dicen: “Ahora no va a venir Onganía, es decir, no
van a venir los militares, pero van a venir los autoritarios, los violentos:
Ruckauf, Patti, Rico”. El razonamiento reclama una visión repetitiva de
la Historia. Lo que pasó ayer pasará hoy: De la Rúa es Illia y Ruckauf
y los suyos son Onganía. Aquí siente uno la tentación de recordar al Marx
de El 18 brumario de Luis Bonaparte. Esa célebre frase que abre el texto:
la historia se despliega una vez como tragedia, otra vez como comedia.
De la Rúa sería la versión cómica de la tragedia-Illia. Sin embargo, no.
Lo que hoy está sucediendo también es una tragedia. Porque, en la Argentina,
las cosas (y ésta es una percepción popular) son siempre trágicas. No
nos reímos nunca. Se producen como tragedia y se repiten como tragedia.
La tragedia de un país que no resuelve nunca sus conflictos. (Hay otra
lectura de esta situación: al no resolver nunca sus conflictos, al ser
una tragedia perenne, el país termina por ser patético. Un patetismo que
lo acerca a la comicidad. Sólo podemos reírnos y nos reímos al verificar
que, aquí, en esta tierra desangelada, las cosas se producen una vez como
comedia y otra vez, también como comedia.)
3 Otro fantasma (no sólo el de Illia) recorre la Argentina: el de Isabel
Perón. El fantasma de la debilidad entendida como entorno. Y el relato
de este fantasma recurre a otro: a un fantasma brasileño, el de Collor
de Mello. La cuestión se arma así: De la Rúa, como Collor, ha sido un
presidente mediático. Un producto de una publicidad afortunada, de un
ingenio leve como leves son los tiempos, un producto de unos chicos traviesos
que jugaron a crear la realidad. “Dicen que soy aburrido”, decía De la
Rúa y luego añadía: “Será porque no ando en Ferrari”. La idea era buena.
El candidato le decía a la sociedad: “Llaman aburrimiento a mi espíritu
austero, a mi integridad moral, a mi seriedad republicana”. Dio en el
clavo. La sociedad reclamaba –luego de la farra menemista– ese tipo de
presidente. Sin embargo, ocurrió algo inesperado: quienes idearon esa
campaña (que asimiló la eficacia mediática de De la Rúa con la que llevó
al poder a Collor) se transformaron en su entorno y decidieron ser divertidos.
Sobre todo el hijo del mandatario, quien, curiosamente, era (es) el “asesor
de imagen”. Ante el romance con Shakira el Presidente pudo hacer dos cosas:
1) darle una patada soberana o republicana al joven divertido; 2) decir:
“Y bueno, se enamoró”. Esto último fue lo que hizo. Para peor, el asesor
de imagen decidió fortalecerse atacando y dijo: “Es bueno que la sociedad
vea que estoy vivo”. Esta respuesta vitalista expresa una de las mayores
cegueras políticas de la administración delarruista. Pibe, a ver si nos
entendemos: quienes votaron a la Alianza lo hicieron porque estaban hartos
de vivos. Porque durante diez años habían sido gobernados por unos vivos
bárbaros y querían que no volvieran más. Ahora –gracias a De la Rúa y
su entorno de vivos– van a volver, ya festejan, ya heredan un poder que
la increíble torpeza de quienes decían ser sus adversarios está entregándoles
en bandeja. Acaso De la Rúa deba preguntarse qué falla hubo en el manejo
de su imagen, qué torpeza infinita llevó a que hoy le digan, como le dicen,
“Luis XXXII”.
4 La verdadera diferencia entre esta situación y la de Illia o la de Isabel
Perón o la de Collor de Mello radica en un político que abandonó el gobierno
en el momento justo, que dio un portazo y despertó esperanzas. Si hoy
la clase política no está condenada, es porque uno de ellos consiguió
sacudir a la sociedad civil y mantener la difícil llama de la credibilidad.
¿Cómo lo hizo? Lo hizo con un acto, no con una imagen. Dijo: “Aquí hay
ladrones, yo me voy”. Dio un portazo y se fue. Lo primero que percibió
una sociedad harta de la corrupción política (una sociedad que asimila
la política a la corrupción) fue: “Este tipo es decente. Puede denunciar
a los ladrones porque él no es uno de ellos. Y si renunció a la vicepresidencia
es porque le importa más hacer política que robar”. De este modo, el portazo
de Chacho abrió una hendija en la puerta eternamentecerrada de las ilusiones
argentinas. Será deseable que sepa que un gesto es un gesto y se agota
pronto, aun cuando haya sido claro y fuerte. Será deseable que sepa que
de él se dice que sabe desarmar mejor que armar. Que sabe irse mejor que
estar. Que es un gran opositor, pero no sabe crear poder. Si lo sabe,
tal vez su portazo no sea el que Favaloro le dio a la vida. Y que no sirve
para nada.
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