Haider. Custodio de los incluidos
Por José Pablo Feinmann

 ¿De qué hablamos cuando hablamos de Joerg Haider? Hay muchas cosas sobre las que no tiene sentido hablar o perder el tiempo haciéndolo. El señor Haider es un neonazi. (Un concepto que habría que rechazar, ya que beneficia al nazismo con el prefijo neo que sirve para cualquier cosa. Todos son neos hoy, neoconservadores, neoliberales, neonazis, lo cual, al menos para los nazis, es un beneficio demasiado grande, pues convendría decir que un nazi es un nazi, ahora y siempre. Que no existe modo de ser nazi de ayer y nazi de hoy. Que el nazismo no puede aggionar sus componentes esenciales: poder y violencia, racismo, xenofobia, concepción bélica de la política. ¿Los de hoy no han puesto campos de concentración? No hay nada en la ideología que sustentan que impida, estructuralmente, que los coloquen cuando la coyuntura lo requiera o lo posibilite.) El señor Haider, entonces, es un nazi. De acuerdo con la modalidad soft de los tiempos se le dice neonazi. Bien, digámosle así. Hablamos, pues, de un neonazi cuando hablamos de Haider. Hablamos de un racista, un antisemita, un xenófobo y un violento, haya o no ejercido aún esa violencia. Hablamos también de otras cosas. Y son más complejas.

  Hablamos de los alcances y límites de la democracia cuando hablamos de Haider. Días pasados me llama una periodista. Hacía una nota y telefoneaba a ciertos escritores. Estaba entusiasmada, o, al menos, satisfecha. Alguien le había dicho --sobre Haider-- lo siguiente: hay que ser intolerante con los intolerantes. La periodista, a partir de esta aseveración, ha encontrado el eje de su nota y la pregunta que hará a todos los entrevistados, a quienes someterá a este aparente dilema es: "¿Hay que ser intolerante con los intolerantes?". La frase es efectiva y revela el estado de ánimo de buena parte de la democracia occidental ante el caso Haider. Pero la frase es el ejemplo perfecto, impecable del disparate. Decir que hay que ser intolerante con los intolerantes tiene el mismo sentido que decir las siguientes cosas. Primero) Hay que torturar a los torturadores. Segundo) Hay que violar a los violadores. Tercero) Hay que asaltar a los asaltantes. Cuarto) Hay que asesinar a los asesinos. Cinco) Hay que ejercer violencia sobre los violentos. Estos contrasentidos tienen hondas raíces en las personas y en los Estados. El punto (4) se aplica unánimemente en varias partes del mundo y muchos, demasiados quieren que se aplique aquí. Es la pena de muerte. Que dice: hay que matar a los que matan. Siempre que se ha argumentado contra la pena de muerte se ha dicho: si matar es malo, ¿por qué se mata a los que han matado? Ocurre lo mismo con la cuestión de la intolerancia con los intolerantes.

  La democracia es, por definición, un sistema de tolerancias, de consensos. Si uno se vuelve intolerante con los intolerantes se transforma en un intolerante. Es el contrasentido de todas esas propuestas que reposan, en última instancia, en el ojo por ojo y diente por diente. Esta fórmula --ideada por oculistas y dentistas con demencia bíblica-- expresa un trágico contrasentido: el de castigar el mal con la metodología del mal. Si mato a los asesinos me convierto en un asesino. Si violo a los violadores en un violador. Si torturo a los torturadores en un torturador. Si asalto a los asaltantes en un delincuente. Me coloco, para defender la democracia, fuera de la democracia. Al hacerlo, Haider acaso logra su mayor triunfo: llevar la política a su terreno, al de la intolerancia.

  Las respuestas a la cuestión Haider no consisten en prohibirlo, aislarlo, demonizarlo. Así se lo fortalecerá. No dejará de ser un neonazi y se convertirá en una víctima. Algo que un neonazi jamás puede ser, ya que sustenta la ideología del victimizador, no del victimizado. El señor Haider, además, es un perfecto producto de la democracia neoliberal que se rasga hoy las vestiduras. Es esta democracia de exclusión, sometida a las durísimas leyes del mercado (que de política no sabe nada), la que está creando un mundo de miedo y de odio. Ahí está el huevo de la serpiente. El huevo de la serpiente no es Haider, es la maldita democracia neoliberal de exclusión y hambre. El nazismo existe porque existe el miedo. El odio surge de ese miedo. Y ese miedo consiste en que todos saben que no hay para todos, y que lo que unos tienen los otros, si quieren también tenerlo, tendrán que arrebatarlo a quienes lo tienen. Este miedo, este odio estructural explica tanto a Haider como a nuestro Haider criollo, el señor Rico de la provincia de Buenos Aires, que está donde está porque ahí lo puso el miedo, el miedo de mucha gente que votó a un político que dijo algo mucho más nazi de cuantas frases nazis haya dicho Haider, que dijo, este político, "hay que meter bala". Esto dijo. Haider jamás ha dicho algo así y el neonazi es él y los nuestros de por aquí son gobernadores que buscan la "gobernabilidad del sistema". Como sea, el tipo que por aquí dice que hay que meter bala lo dice por los mismos motivos por los que Haider dice que hay que frenar la inmigración o, para asustar, elogia la política hitleriana de empleo, a los SS o minimiza los campos de exterminio, esas "leyendas del pasado". Haider es expresión del miedo europeo. Es expresión del miedo que engendra el mercado neoliberal. No hay para todos. Los que vienen de afuera, para los austríacos, les vienen a robar Austria. Aquí, nuestros buenos conciudadanos dicen lo mismo de los bolitas o los peruanos o los paraguas. Nos vienen a robar la Argentina. Que es nuestra, creen. Porque todo xenófobo cree esa estupidez: que el país le pertenece y vienen a robárselo. Por eso los austríacos eligen a Haider. Porque creen que los va a defender de los demonios externos. Haider no va a gobernar para ellos. Va a gobernar para los consorcios internacionales que lo sostienen y que han determinado la posibilidad de un experimento xenófobo en la bella Austria, que tantas y tan buenas condiciones y tradición histórica tiene para eso.

  De este modo, el mundo se encamina hacia un nuevo terror, una nueva irracionalidad. No se busca el horizonte de la integración. No se busca una democracia ampliada. Y esto ocurre porque esta democracia --basada en la lógica perversa del sistema neoliberal-- no puede ampliarse. Al no hacerlo, genera exclusión, odio y miedo. Los que quedan afuera odian a los que están adentro. Y los que están adentro odian a los que están afuera porque temen les arrebaten lo que tienen. Los odian y les temen. De aquí que elijan gobernantes dispuestos a tratarlos con dureza. ¿Recuerdan esa vieja frase de los viejos tiempos: un fascista es un burgués asustado? Sigue en pie. Absolutamente. Hoy ya no hay burguesía y proletariado. El sistema salvaje basado meramente en el vértigo del dinero eliminó al mundo burgués basado en la producción. Hoy gobiernan el mundo poderes financiero-comunicacionales que tienen escaso anclaje territorial en eso que solíamos llamar "naciones". Han delegado a Estados Unidos el monopolio de la fuerza y la custodia de este sistema de inversiones extraterritoriales. Hoy el mundo es el mercado y el mercado se divide en incluidos y excluidos. Bien, hoy, entonces, un fascista es un incluido asustado. Ya viva en Austria o en la provincia de Buenos Aires. Malos tiempos. Mientras las cosas sigan así, nada indica que los neonazis --en tanto custodios de los intereses mezquinos de los incluidos del mercado-- dejen de ser requeridos. El miedo y la escasez siempre convocan a los violentos.