Sartre y la literatura

Por José Pablo Feinmann 

Para empezar por algún lado: cierta vez, un crítico de música presenció un concierto en el que se ejecutaron el Concierto Nº 3 para piano y orquesta de Sergei Rachmaninov y la Música para cuerdas, percusión y celesta de Béla Bartók. El crítico escribió: “Una composición mira al siglo XIX, la otra al siglo XX”. Las dos obras fueron escritas en el siglo XX: en 1909 la de Rachmaninov, en 1936 la de Bartók. Pero el crítico trabajaba con una concepción de la música como progreso en el tiempo. La obra de Rachmaninov era reaccionaria: no miraba al siglo XX, al progreso. La de Bartók encontraba su más alta valoración al expresar la música de este siglo. Se trata –a mi juicio– de dos obras maestras: el concierto de Rachmaninov (el mejor que escribió, lejos) vale tanto como la pieza de Bartók para cuerdas, percusión y celesta, pero la idea de progreso en música lo condenaba: no pertenecía a la música del siglo XX. No hace mucho, otro crítico musical (lamentablemente no recuerdo ahora su nombre) escribió que el siglo XX por fortuna había concluido y con él la llamada música del siglo XX que implicaba esa idea de progreso desde la que se desdeñaban injustamente muchas obras. Algo así ocurre con Sartre.
Todo parecía indicar que el posestructuralismo o el posmodernismo lo habían enterrado. Todo parecía indicar que eso era lógico porque, en las ideas, también hay progreso. De este modo, Claude Lévi-Strauss, Roland Barthes, Michel Foucault, Jacques Derrida, Jean François Lyotard, Gianni Váttimo, Richard Rorty y Alain Badiou habrían no sólo sepultado al sartrismo, sino que representaban un avance en la historia de las ideas. Habían ido más allá de Sartre, por decirlo así.
Eran los filósofos de hoy. Eran la filosofía actual. Sartre, un dinosaurio del pasado, una moda de los años cincuenta y parte de los sesenta. Acaso solamente un pensador de la Guerra Fría. Un muy buen libro de Dardo Scavino, que aparece en 1999 y desarrolla el pensamiento de los filósofos posestructuralistas, se llama precisamente La filosofía actual (Paidós, Buenos Aires, 1999). Y es inobjetable: explicita las ideas filosóficas de las últimas tres décadas del siglo XX, ¿cómo no habría de acudir al concepto de actualidad al elegir su título?
Hoy, en este momento del mundo y de la filosofía, no hay filosofía actual. O la actualidad en filosofía consiste en que aún no apareció la actual en tanto todas las otras actuales ya no lo son. Así Sartre como el posestructuralismo son filosofías del siglo pasado. Esto debería entregarnos cierta serenidad reflexiva. Ya Sartre no es un dinosaurio ni los posestructuralistas son lo nuevo. Hay que pensarlo todo otra vez. Conjeturo que es en este marco histórico que se produce este regreso de Sartre. Que no es volver a Sartre. Ya es imposible volver a Sartre porque sería leerlo sin los aportes sustanciales del pensamiento posestructuralista y aun posmoderno. Esto ocurrió y no se puede, hoy, pensar seriamente sin incluir los problemas que señalaron y plantearon. Es otra cosa: es volver a pensar incluyendo a Sartre. Sartre regresa porque ha permanecido a través de todo el andamiaje teórico-crítico que el posestructuralismo le dedicó. Sartre regresa porque acaso ha llegado el momento de volver a pensar en el sujeto, en la historia y en la política.
La negación del sujeto sartreano, del concepto de totalidad, de libertad y de compromiso llevan a los posestructuralistas (recurriendo a Heidegger y a Wittgenstein) a elaborar lo que llaman el giro lingüístico, que se expresa muy nítidamente en el concepto de hermenéutica. Y dice: no existen los objetos, existen las interpretaciones de los objetos. El mundo (ese mundo sobre el que intencionaba la conciencia fenomenológica) existe en tanto lenguaje. El objeto que se le presenta a la conciencia no es virgen, está tramado por el lenguaje. Utilizando (con cierta ironía) un giro sartreano podríamos decir que para el pensamiento del giro lingüístico el lenguaje precede a la conciencia. Surgimos a un mundo constituido por palabras. No hay objetos inocentes. No hay un hombre por un lado que se arroja al conocimiento de las cosas, por otro. Se acabó el humanismo, que venía de Descartes y Kant colocaba al hombre en el lugar del significante,ya que era el hombre quien daba el sentido. (En un notable texto sobre Descartes, Sartre había dicho: la libertad, que es, para él, el sujeto, el hombre, es el fundamento del ser.) No, dicen los filósofos del giro. El hombre surge en un mundo atravesado por signos que lo condicionan. Surge en un mundo de interpretaciones. No surge para interpretar el mundo, surge en un mundo ya interpretado.
Como vemos, la primacía del lenguaje es la que se instala. Creo, adelantándome tal vez, que los filósofos del giro han hecho del lenguaje el ser. Han reemplazado la capacidad constitutiva del sujeto por el lenguaje. La disciplina que pasa a primer plano es la lingüística. Los filósofos del giro no se remiten a Hegel o a Marx. Se remiten al lingüista suizo Ferdinand de Saussure. Así, la filosofía se transforma en lingüística y también en literatura. O más exactamente en teoría crítica. George Steiner suele mencionar que un poderoso crítico francés del siglo XIX se quejaba diciendo: “Jamás levantarán monumentos a los críticos”. Steiner dice: “El siglo XX no ha hecho otra cosa”. Esta primacía del lenguaje, esta remisión de todo discurso a otro, esta transformación del mundo en retórica no podía sino congelar o anular las relaciones de la literatura con la política y con la historia. Ya no habrá escritores comprometidos. Surgen por todos lados los escritores secretos. Escritores que no quieren y dicen que no quieren ensuciarse con el barro de la historia. La literatura remite a sí misma.
Un regreso de Sartre (y no, insisto, un regreso a Sartre) debería colocar nuevamente en el debate la concepción del escritor comprometido con el lenguaje pero también con la historia y la política. Digámoslo así: si retenemos lo mejor de los análisis de los filósofos del giro y su concepción de la primacía del lenguaje lograríamos eludir el populismo, que cree que el lenguaje existe para someterse a la realidad, con lo cual no importa el lenguaje sino el compromiso. Pero si incorporamos la idea sartreana de la literatura rescataríamos a ésta de quienes la escinden del mundo, de la historia, de la política. Supongo que no debería aclarar (no obstante, lo hago) que habría que terminar con esos escritores que creen que todo se resuelve en el lenguaje y que establecen su poder desde la teoría crítica para impulsar una concepción de la literatura (y del intelectual) que no la comprometa con la referencialidad. Es cierto que no hay hechos sino interpretaciones de los hechos. Pero estas interpretaciones están tramadas no sólo por elementos lingüísticos, sino por condicionamientos históricos, económicos, clasistas. Que volvamos al barro de la historia significa que nuestros textos (y nuestra actitud como intelectuales) expresen el dolor, la injusticia, el hambre, la represión y la tortura. En fin, la historia de hoy. No con la ingenuidad de transformarla, sino con el imperativo de no eludirla. El posestructuralismo y el posmodernismo (pensamientos que adecuadamente pueden calificarse como pos-revolucionarios) han llevado a un conformismo exasperante. Hoy, el sentido lo da la revolución comunicacional. El sentido lo da la Warner y American On Line. Nadie puede reposar inocentemente en el universo secreto del lenguaje. Si lo hace, es un cómplice. Nadie puede someter la literatura a la militancia. Si lo hace, olvidó que es un escritor. Sartre, en Qué es la literatura, escribía: “En la literatura comprometida el compromiso no debe, en modo alguno, inducir a que se olvide la literatura”. Volveremos sobre estos temas.