Mañana


Por José Pablo Feinmann

1. Del terror a la piedad
Sólo mirarlo metía miedo. El hombre estaba sentado, tenía subalternos a sus espaldas, militares subalternos, usaba anteojos negros, erguía orgulloso y desafiante su barbilla, tenía bigotes y su boca se torcía hacia abajo en un gesto desdeñoso y violento. Era la perfecta imagen del carnicero latinoamericano. Hoy parece una caricatura burda. En setiembre de 1973 era el rostro de la tragedia, de la muerte cruel, de la tortura. Estaba ahí porque la CIA le había entregado todo su respaldo. Estaba ahí para castigar a quienes habían buscado una salida pacífica al socialismo. Estaba ahí para quebrar la tradición democrática del ejército chileno. Para dibujar la modalidad más extrema y sanguinaria del golpe de Estado que, de ahí en más, se designaría con un aumentativo de su nombre: pinochetazo.Era el terror y lo fue durante muchos años. Los seres que han perdido sus vidas –en Chile y más allá de Chile– se cuentan de a miles y miles. Hoy, él, pide piedad.

2. Vote en defensa propia
Es un comisario que ofrece dureza, mano firme a sus electores. Le roba votos al justicialismo porque encarna una simbiosis de militarismo, nacionalismo y populismo que siempre seduce a cierto electorado de ese partido. Se presenta como el campeón de la lucha contra la delincuencia. Tiene una consigna que dice todo: “Vote en defensa propia”, se lee en los cartelones que exhiben su imagen.Se sabe defensa propia es una expresión jurídica a la que recurren quienes han matado al ser agredidos. Se mata en defensa propia para protegerse de los delincuentes, de sus ataques a las personas y a las propiedades de las personas. Defensa propia a veces se extiende a justicia propia, que es lo que han hecho ya muchos en este país, comenzando por un famoso ingeniero de apellido Santos. Decir, entonces, vote en defensa propia es identificar al voto con un arma. Un voto, una bala. Vote para poder matar, eso dice el slogan del comisario en un país lleno de cadáveres que edifica laboriosamente su existencia democrática.

3. El pinochetazo
Durante los últimos meses de 1975 solía cruzarme con algunos amigos poseedores de un escalofriante sentido del humor. Los militares ejecutaban el llamado Operativo Independencia en Tucumán y la Triple A mataba gente día a día. Se esperaba algo peor. Se esperaba el golpe. Todos, al golpe, le decían el pinochetazo. Eso era lo que se venía. Se venía el pinochetazo. Los amigos con los que me cruzaba decían: “Con las cosas que tenés escritas, vos sí que la vas a pasar mal con el pinochetazo, eh”. Sonreían, me daban una palmadita en un brazo y seguían caminando por Corrientes, que era por donde me los cruzaba. No tengo a esos amigos entre mis mejores recuerdos.Hoy, él, está en Londres, está abatido en una silla de ruedas y pide piedad.

4. Democracia y desencanto
Poco se ha debatido en esta campaña electoral. Ocurre que todos sabemos que demasiadas cosas ya están resueltas en este país. No hay mucho que discutir. Por ejemplo: cierta vez un político llamado Arturo Frondizi, que algunos aún recordarán, escribió para su campaña electoral un libro llamado Petróleo y política. ¿Qué significaba esto? Que el petróleo era untema central en el debate argentino. Muchos abjuraron de Frondizi porque traicionó lo que dijo en ese libro. Tan importante era el petróleo. Había debates porque había un país. No había, como hay hoy, un territorio dominado por empresas que han concentrado todo el poder de la economía ante la deserción de un Estado cómplice. En verdad, quienes hoy deberían debatir son los poderosos señores del establishment, pues el país les pertenece. Pero no habrán de debatir nada. Ante todo, porque están de acuerdo. Sólo observan el panorama político para saber a quién deberán darle órdenes durante los próximos cuatro años.Esto lleva al desencanto. Con la democracia no se come, no se educa, no se cura. Esta visión descarnada de la realidad se recorta sobre una clase política en cuyas promesas nadie cree. Ocurre que si hay algo devaluado en la Argentina es la promesa. Se ha prometido tanto que ya nadie cree en ellas. No es un destino irreversible. Si algunas promesas empezaran a cumplirse, el electorado volvería a creer. Algo, aunque sea. Y hasta habría, también, algo para debatir en las próximas elecciones.Pero esta dinámica –esta génesis de cosas para debatir– difícilmente saldrá de la clase política. Es en este punto donde quienes habitan el llano tienen un destino. No todo se hace desde arriba. En algún momento se creyó que la historia se hacía desde abajo y nadie abolió para siempre esa certeza. Ni siquiera el Muro de Berlín que, según muchos, se desmoronó sobre ella para destruirla.

5. Mañana
Hoy ya no mete miedo. Pero difícil que uno sienta por él lo que él desea. Desea que le tengamos piedad. Se lo ve triste en la silla de ruedas. Ya no tiene anteojos negros ni pelo negro. La boca no se le tuerce hacia abajo, desdeñosa y brutal, sino hacia arriba, intentando una sonrisa triste, la sonrisa de un hombre que, silencioso, lamenta la injusticia de su suerte, la ingratitud del mundo. No lo rodean militares sino unos tipos de traje oscuro que simulan sostenerlo aunque, así, en silla de ruedas, resulta excesivo que lo hagan. Pero eso buscan. Buscan una piedad excesiva. Sólo una gran piedad podría salvar de la Justicia al paladín de los carniceros de América latina.De acuerdo, hay muchos motivos para el desencanto. Pero mañana en este país, se vota libremente, se ejerce el mecanismo fundante de la democracia y él, Augusto Pinochet, el enemigo, está infamado y preso en Londres. Tal vez no sea poco.