OPINION
Miedo y política
Por José Pablo Feinmann
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El concepto de
“miedo” como fundamental herramienta política no figura en el Diccionario
de Norberto Bobbio. Sin duda tiene su lugar en el análisis del nazismo
o de todas las estructuras autoritarias. No obstante, el miedo (despertar
el miedo de los otros y presentarse como la solución de ese miedo)
debería tener su propio y dilatado lugar de análisis, ya
que es una de las pasiones humanas a la que más se acude en política.
Sobre todo –me arriesgaría a decir– en épocas electorales.
Las elecciones siempre se ganan hostigando, exasperando los miedos del
electorado para luego convencer a éste de que sólo una fuerza
política (la que, justamente, ha señalado y despertado el
miedo) es la que puede conjurarlo.
Si nos atenemos (para fijarnos un
límite) a la etapa democrática argentina, será sencillo
verificar que los radicales ganan las elecciones de 1983 agitando el fantasma
de Ezeiza. Los peronistas eran el retorno de la violencia, pues habían
producido la trágica masacre de junio del ‘74. El peronismo no garantizaba
la paz que tanto se requería luego de la violencia militar porque
el peronismo llevaba el estigma de la violencia como parte de su ser. Se
utilizó también la figura del austero y honesto Humberto
Illia para decir: “Con nosotros vuelven los hombres no sólo pacíficos,
sino honestos”. Se recurrió a consignas de gran efectividad como:
“Ahora, la vida”. En tanto los increíblemente torpes peronistas
decían “somos la rabia” espantando, así, a un electorado
que temía, por sobre todas las cosas, el retorno del caos y la violencia
procesistas.
Luego el peronismo de Menem gana todas
sus elecciones posteriores agitando las desdichas de la hiperinflación.
Pocos como Menem han sabido instrumentar el miedo para ganar elecciones.
O al miedo sin más como herramienta política en un país
tan proclive a sentirlo. Durante una movilización docente, vio a
la gente marchando, la vio en la calle y dijo: “Esos son los futuros desaparecidos”.
La frase tuvo un efecto devastador. Las siguientes movilizaciones fueron
notoriamente más despojadas. Durante toda su gestión Menem
apeló al miedo. “Nosotros o el caos, nosotros o la hiperinflación,
nosotros o el quiebre de la convertibilidad”.
Hoy, el peronismo recurre una vez
más a ese resorte oscuro pero inapelable. Ahora el miedo se ha depositado
en la inseguridad. Siempre el votante elige a quien mejor cree le borrará
sus temores. Porque le tenía miedo a la subversión apoyó
el golpe de Videla. Porque le había tomado miedo a los militares
votó al democrático Alfonsín. Porque le tenía
miedo a la hiperinflación votó a Menem. Hoy le tiene miedo
a la inseguridad y los partidos le ofrecen pautas para serenarlo. Nadie
ha ido más lejos en ese intento que una voz surgida del corazón
del gabinete nacional: “Hay que meter bala”, se ha dicho. O sea hay que
matar, deberá correr sangre, vótennos a nosotros, porque
nosotros estamos dispuestos a matar para que ustedes vivan seguros.
Es lamentable que sea tan arduo decir:
“No vamos a matar. Vamos a crear trabajo. Vamos a destinar más dinero
a la educación que a la seguridad, porque el delito se combate con
fuentes de trabajo y con acceso de las mayorías a la posibilidad
educativa. No, no se dice esto. El temeroso votante argentino (que siempre
vota desde el miedo) quiere oír otras voces. Quiere que le hablen
de armas, balas y cadáveres. Dicen que el miedo no es zonzo. Mentira:
no solamente es zonzo. Es, sobre todo, inmoral y mezquino. |
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