Soberanía y mazorca
Por José Pablo Feinmann

 

Hoy --exactamente hoy-- se cumplen ciento cincuenta y cuatro años del combate de la soberanía, del combate de la Vuelta de Obligado. En el barrio de Belgrano hay una calle que se llama así y Menem, hace apenas unos días, inauguró una estatua de don Juan Manuel de Rosas. Como sea, estas cosas no despiertan las pasiones que solían despertar. Hubo tiempos en que soñar con repatriar los restos de Rosas era una medida revolucionaria y erigirle una estatua, un delirio extremo. En pleno camporismo, cuando se decía que el historiador José María Rosa sería ministro de Educación y Cultura, se planeaba enviar un barco a Southampton para traer gloriosa y combativamente a Rosas de su infamado exilio. Otros tiempos.

De todos modos es instructivo observar algunas cosas. Por ejemplo: el espacio que los libros de historia dedican al combate de Obligado. La coqueta Historia Integral de la Argentina, de Félix Luna y colaboradores, le dispensa apenas una página, de donde vemos que al electorado radical le importa poco ese combate y piensa --como piensan los viejos académicos oligárquicos-- que Rosas fue un protofascista, un protoperonista, el primer tirano de la patria. José Luis Busaniche --un liberal desengañado, un hombre de extraordinaria honestidad e inteligencia-- no sólo le consagra varias páginas, sino también su adhesión y hasta su entusiasmo. La apoteosis llega con José María Rosa, quien encuentra en ese combate el segundo nacimiento de la argentinidad, santificado, además, por el mismísimo San Martín. Pepe Rosa (así se le decía afectuosamente a este historiador en los años setenta) llega a escribir algunas frases que encendían a los militantes de la izquierda peronista. Hablando de los "cañoncitos argentinos" y comparándolos con el poderío naval anglo-francés escribe: "No importa: no se estaba allí para ganar sino para que los gringos no se la llevasen de arriba". Y cuando los ingleses estaban por cortar, con uno de sus buques, las cadenas que Rosas había colocado en el río y el viento se calma y el buque inglés no puede navegar, Pepe Rosa, patética y conmovedoramente, exclama: "¡Dios es criollo!" Otros tiempos.

Uno de los grandes héroes de la jornada de Obligado se llamaba Alvaro Alsogaray. Sí, no es un chiste. Acaso sea una ironía de la historia, pero no un chiste. (Qué vergüenza, capitán ingeniero. Un antepasado suyo entre rosistas, cañoneando los buques ingleses, los buques franceses, poniéndoles cadenas a los ríos e impidiendo la libertad del capital financiero.) Para colmo, Alsogaray es el último en hacer fuego, es quien más tenazmente lucha. Escribe Rosa: "De las otras baterías apenas si quedan restos; hace tiempo que cesaron el fuego por falta de pólvora. Alsogaray, en la Restaurador, es quien más ha resistido: a las cuatro de la tarde le quedaba un solo tiro y, con serenidad, cargó un cañón de 24 y disparó la última andanada". Era bravo el viejo Alvaro. Todo un patriota, todo un defensor de la soberanía. Tanto, que aun después de la batalla, toma por abordaje un buque argentino que los británicos habían capturado. Así lo narra Busaniche: "Hasta un barco apresado en Obligado, el Federal, que paseaban con otro nombre llevando al tope la bandera inglesa, fue rescatado al abordaje por Alvaro Alzogaray. Episodio este último que, según el teniente Mackinnon, afectó tanto a los ingleses que no querían hablar de él". (Busaniche escribe Alzogaray con la grafía antigua, es decir, con z. Pepe Rosa lo moderniza y lo escribe con s, ya que se debe haber divertido mucho con ese antecedente cuasimazorquero del capitán de las multinacionales.)

La resistencia fue heroica. Se eligió, para enfrentar a los invasores, el pasaje de Vuelta de Obligado porque ahí el río Paraná sólo tiene unos 700 metros de ancho. Se colocaron lanchones con gruesas cadenas para cerrar el paso y, al mando del general Lucio Mansilla, se instalaron cuatro baterías de cañones y 2000 federales se prepararon para luchar. Aparece la flota y Mansilla lanza una arenga poderosa: "¡Ahí los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más títulos que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. Pero no lo conseguirán impunemente. Debemos morir todos antes que ver bajar el pabellón azul y blanco de donde flamea". Fue así: no lo consiguieron impunemente. La expedición anglo-francesa llegó maltrecha a su meta, el Paraguay, y sus negocios fueron escasamente prósperos. Busaniche escribe: "Un diario de Montevideo, ciudad desde donde se había incitado a la invasión, consigna estas palabras: 'Nunca, desde la paz napoleónica, encontraron franceses e ingleses tan heroica resistencia'. Ellos, aliados de los anglo-franceses, lo sabían muy bien".

Es coherente que, desde su originaria posición nacionalista y proteccionista, haya sido el peronismo quien se adueñara de la gesta de Obligado. Lo hizo desde la izquierda y desde la derecha. En los setenta, la izquierda peronista veía en esa batalla uno de los grandes momentos de las luchas nacionales y populares contra el imperialismo. La derecha rescata al hecho desde su adoración por el Restaurador, por el Orden, por el caudillo al que identifica con el patrón de estancias. Lo curioso es que el peronismo (¡aun después de su fundamental etapa menemista!) se apropie de la batalla de Obligado. Lo curioso es que sea Menem (el más grande enemigo que la soberanía argentina tuvo en toda su historia) quien trae al país los restos del Restaurador (dentro de una operación tendiente a justificar el indulto, en 1989) y quien le inaugura una estatua con toda la parafernalia de los Colorados del Monte, el ejército privado de Rosas.

Hay una explicación. Rosas --como suele ocurrir con los caudillos populares que se comprometen en luchas por la soberanía-- instauró un régimen interno despótico y policíaco. No había divergencia posible. Mano dura con los enemigos, con los disidentes, con quien fuera necesario. Así crea la Mazorca. Que es la verdadera policía rosista; una institución impiadosa y sanguinaria. El peronismo --hoy-- ¿por qué honra al Restaurador? ¿Qué herencia suya recupera? La respuesta a esta pregunta nos arroja a un áspero encuadre político y conceptual. Si Rosas fue la combinación del autoritarismo y la defensa de la soberanía, ¿qué es, hoy, el peronismo? No es la soberanía, porque la soberanía la vendió alevosamente y se la devoró la clase política menemista. Resta la Mazora. En suma, el peronismo menemista malvendió la soberanía y se quedó con la Mazorca. Fueron --simultáneamente-- liberales y fascistas. Como liberales se rindieron ante el capitán ingeniero Alsogaray y sus socios. Como fascistas siguen siendo mazorqueros. Todos sabemos dónde está hoy la Mazorca. Todos sabemos dónde, hoy, el peronismo instrumenta la única herencia del Restaurador (la más lamentable) que puede reivindicar. Sí, en la provincia de Buenos Aires. Ya no hay soberanía, sólo hay Mazorca. Sólo restan los rostros temibles de Rico, Patti y Ruckauf, herederos de Cuitiño y Santa Coloma.