Columna publicada en Página/12
el 15/7/00, con motivo de la resolución de la Corte Suprema de Justicia,
que exigió a la Cámara Federal de Bahía Blanca que remita
el expediente del Juicio por la Verdad a la Cámara de Casación Penal, trabando
así el proceso. Acompaña la nota principal, titulada "Dinosaurios"
OPINION
Por Horacio Verbitsky
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El regreso del
doble discurso
La respuesta de
la Cámara Federal de Bahía Blanca al rechazar las intimaciones de
la Corte Suprema de Justicia y de la Cámara Nacional de Casación,
colocan un mínimo de racionalidad jurídica y de decoro institucional
en un asunto que el Ejército y el gobierno han politizado al máximo.
Los periodistas no se enteraron en tribunales de la orden de la Corte sino por
las eufóricas comunicaciones de los voceros militares y esto ya basta para
caracterizar la situación.
Tanto la Corte como la Cámara de Casación han actuado de un modo
arbitrario y prepotente. La Corte ordenó al tribunal de Bahía Blanca
la remisión de todo el expediente (de unas 15.000 fojas) para que la Cámara
de Casación entienda en el simple recurso de un coronel que considera afectados
sus derechos constitucionales.
Pero la Cámara bonaerense ya había enviado al tribunal de Casación
fotocopias de todo el expediente. El único propósito de la Corte
ha sido entonces paralizar las audiencias del juicio por la verdad. Esto es inadmisible
y escandaloso y responde a un plan que el gobierno había anunciado mediante
trascendidos.
La Cámara de Casación, a la que hasta ahora nadie le ha atribuido
competencia en el caso, ha dispuesto la libertad de un suboficial torturador.
Es discutible si el teniente coronel Corres, alias Laucha, debe ser obligado a
declarar bajo juramento sobre hechos propios que podrían autoincriminarlo.
También es legítimo opinar sobre la constitucionalidad o no del
artículo del Código de Justicia Militar que para asegurar la disciplina
castrense permite detener por tiempo indefinido al suboficial Cruciani, alias
Tío, porque se niega a responder hasta cómo se llama.
Lo que no puede aceptarse bajo ningún concepto es esta operación
comando, impulsada por el Ejército y apañada por el gobierno, para
interrumpir un juicio cuya realización es un compromiso asumido voluntariamente
por el Estado nacional ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
de la Organización de Estados Americanos. A tal punto esto tiene más
que ver con la doctrina de la Seguridad Nacional que con el estado de derecho
que la resolución fue ocultada incluso a uno de los jueces de la Corte.
Si la prensa supo de lo decidido a través del Ejército, el ministro
de la Corte Enrique Petracchi se enteró de lo ya resuelto por sus colegas
a raíz de una consulta periodística.
El Poder Ejecutivo ha asumido sin beneficio de inventario al puñado de
sabandijas con que el gobierno anterior copó la Corte Suprema. El argumento
era que hasta las elecciones del año próximo no tendría fuerza
en el Congreso para removerlos por juicio político. Pero ahora, además
de tolerarlos se sirve de ellos, y los suplementa con sus propios incondicionales.
Era previsible: lo único que ha cambiado es el gobierno.
Como tratadista, Fernando de la Rúa escribió que la Cámara
de Casación no era competente en los juicios por la guerra sucia, que correspondían
a las Cámaras Federales. Cómo presidente avala la estrategia castrense
de servirse de la Casación para frenar los juicios por la verdad. Suena
familiar.
Luego de diez años de estridente sinceridad menemista está de vuelta
el doble discurso que condujo a la bancarrota del anterior gobierno radical. ¿Por
qué habría de resultar mejor ahora que entonces?
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Columna publicada en Página/12
el 18/7/00, con motivo de la resolución de la Corte Suprema de Justicia,
que solicitó al juez Adolfo Bagnasco, en pleno receso invernal, que le enviara
el expediente sobre la práctica sistemática de apropiación de menores, hijos de
desaparecidos, durante la dictadura. Acompaña la nota principal, titulada
"Dinosaurios II"
Opinion
Por Horacio Verbitsky
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Fuerza de tareas
La Corte Suprema también pidió el expediente que instruía el juez Adolfo Bagnasco
por el robo de bebés durante la guerra sucia militar contra la sociedad argentina.
En esa causa hay diez responsables detenidos, entre ellos el ex dictador Benito
Bignone, los ex jefes del Ejército y la Armada, Cristino Nicolaides y Emilio Massera
y el ex jefe de inteligencia de la ESMA, Jorge Acosta. Esos delitos no fueron
incluidos en las leyes y decretos de impunidad porque hasta los indulgentes ex
mandatarios Raúl Alfonsín y Carlos Menem entendieron que no había pretexto político
o bélico que justificara el secuestro de chicos para repartirlos como animalitos
entre familias de militares estériles.
Igual que en el caso del juicio por la verdad de la Cámara Federal de Bahía Blanca,
la Corte esperó hasta las vacaciones de invierno para aplicar, con la técnica
castrense de la sorpresa y el sigilo, este golpe alevoso a la búsqueda de la verdad
sobre el destino de los detenidos-desaparecidos y al intento de Justicia para
los más vulnerables de entre ellos. El tratamiento de la cuestión de los bebés
también fue ocultado al ministro de la Corte Enrique Petracchi, quien había pedido
que se cumpliera con una vieja rutina: que en ausencia de un juez no se firmaran
pronunciamientos de especial trascendencia. El que debería ser superior tribunal
de Justicia de la Nación volvió a actuar como fuerza de tareas de Banana Republic
y requirió el envío de toda la causa, para pronunciarse en cuestiones que no lo
hacían necesario. Su intención es paralizar los juicios, para “ordenarlos”, como
le prometió el presidente De la Rúa a la corporación castrense, de renovada prepotencia.
En el caso de Bahía Blanca la Corte sostuvo que intervenía en ejercicio de sus
funciones disciplinarias (“de superintendencia”). En el de los bebés aduce que
debe pronunciarse ante el planteo de la autodenominada justicia militar, que quiere
encargarse de blanquear los crímenes de sus camaradas, como ya hizo hace 16 años
cuando Alfonsín confió en que las Fuerzas Armadas se autodepurarían. También ayer
se difundió una declaración del secretario de asuntos militares Angel Tello, según
quien debe considerarse a un cuerpo administrativo que vela por la disciplina
de los cuarteles como un tribunal facultado para juzgar delitos. La Justicia debe
resolver, añade, repitiendo las mismas palabras que el presidente empleó para
mandar a vía muerta las órdenes de captura del juez Baltasar Garzón. La vieja
hipocresía radical campea por sus fueros, ahora ante el silencio cómplice del
vicepresidente Alvarez y la ministra Fernández Meijide. Todos fingen ignorar el
acuerdo de trastienda entre un estamento castrense que vuelve a probar el sabor
de la intrusión política y un gobierno que renuncia a mandar. Encubrir con ropajes
jurídicos este atropello a la legalidad y a los compromisos internacionales de
rango constitucional es prostituir el concepto de la Justicia e invitar a la ley
de la selva.
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