LA ALEGADA BUSQUEDA DE DOCUMENTACION
ES UNA NUEVA MOFA DEL EJERCITO A LA SOCIEDAD
Con b de burla

Hace seis años que el Ejército simula buscar documentación sobre la guerra sucia y responde que no la encuentra. Si de verdad quisiera cooperar entregaría las claves informáticas que permitieran leer la documentación que el juez Bagnasco encontró en el allanamiento de enero de 1999. Con el recuerdo fresco de los alzamientos durante la anterior gestión radical, el gobierno permite un innecesario avance castrense sobre la subordinación al poder legal, que se conquistó en la última década. Si Ruckauf fuera nazi, ¿cómo deberían ser llamados quienes colaboran en su proyecto de convertir Buenos Aires en un campo de concentración?


Por Horacio Verbitsky

 La alegada búsqueda de documentación sobre la guerra sucia durante las horas hábiles de un día de la semana pasada constituye una befa a la sociedad, que fue víctima de aquella barbarie. El Ejército vuelve a contar para ello con la pasiva aquiescencia del sistema político, como ya ocurrió en el momento en que los hechos más aberrantes de la historia argentina moderna. Si tuviera intención de cooperar, el general Ricardo Brinzoni podría proveer a la Justicia los códigos de seguridad necesarios para acceder a los archivos digitalizados que se encontraron hace catorce meses. Por el contrario, ha obstaculizado esa tarea, sin que el juez federal Adolfo Bagnasco diera pasos efectivos para superar esa ostensible reticencia.
El año pasado, mientras los ex jefes del Ejército Cristino Nicolaides y Martín Balza debatían acerca de la existencia o no de documentación sobre los detenidos desaparecidos y los niños nacidos en cautiverio entre 1976 y 1983, el autor de esta nota presentó una denuncia ante Bagnasco, en la que identificó la dependencia del Ejército donde se almacenaba la información más relevante, incluso con un plano manuscrito.

Cintas y discos

Un juez que desea investigar no padece las mismas limitaciones que un periodista. La ley le otorga el imperio del que los meros ciudadanos carecen. Puede requerir el auxilio de la fuerza pública, interrogar como testigos a quienes posean noticias del crimen, encausar a quienes las oculten, ingresar a los lugares donde sospeche que exista documentación y requisarla si la considera útil para la causa que investiga. La pista original fue suministrada por un político del partido entonces en el gobierno, quien a su vez la había recibido de alguien con manifiesto conocimiento interno sobre los lugares y los mecanismos de la inteligencia castrense. Ninguno de ellos estaba dispuesto a revelar su identidad. El 19 de enero de 1999, luego de una verificación preliminar que acreditó la calidad de la fuente y la verosimilitud de lo que afirmaba, el autor de esta nota se presentó ante el juez y puso los datos en su conocimiento.
El fiscal Miguel Angel Osorio requirió el allanamiento y Bagnasco lo ordenó. De acuerdo con las precisas indicaciones del plano, la comisión judicial llegó sin error ni vacilación a una oficina del séptimo piso del bunker castrense de Paseo Colón. Resultó ser nada menos que la cintoteca informática de la Jefatura de Inteligencia del Ejército. De acuerdo con la denuncia, la información sobre la guerra sucia estaba contenida en una serie de rollos de computadora Bull, una tecnología francesa que el Ejército usaba en aquellos años pero que ha abandonado. En el allanamiento fue posible establecer que los datos originados en ese soporte magnético habían sido comprimidos, encriptados y transferidos a discos de otras tecnologías más modernas. A pedido del Ejército, que adujo consideraciones de defensa nacional, Bagnasco no secuestró el material sino que lo reservó en la misma oficina en la que había sido hallado y ordenó su peritaje a la Policía Federal. Sin las claves, que el Ejército jamás suministró, no fue posible identificar los discos a los cuales se habían transferido los datos originales. También fracasó el intento de abrir archivos para constatar su contenido. A catorce meses de la denuncia y del hallazgo nada se ha avanzado y es probable que los rollos significativos ya hayan sido removidos de la cintoteca por la inteligencia militar. El juez no ordenó el secuestro del material ni solicitó la colaboración de especialistas nacionales o extranjeros para quebrar los códigos secretos.

Funcionario político

El Director del Estado Mayor del Ejército, bajo cuya dependencia directa estaban el edificio Libertador, la jefatura de inteligencia y la cintoteca allanados, era Brinzoni, artillero como Balza, quien lo propuso como su sucesor al frente del Ejército. El presidente Fernando de la Rúa lo designó en esas funciones, pese a que en 1976, con el grado de capitán, Brinzoni fue secretario general de la dictadura en la intervención militar a la provincia de El Chaco. Nunca antes de Brinzoni un oficial que hubiera ocupado cargos políticos en aquellos años llegó a la Jefatura de Estado Mayor.
Las referencias personales de Brinzoni lo presentan bajo una luz favorable. El ministro de Justicia y Derechos Humanos, Ricardo Gil Lavedra, cursó en los mismos años que Brinzoni el Liceo Militar y, aunque no fueron compañeros de curso porque el militar es unos años mayor, lo recuerda como un conductor no autoritario, que unía a la formalidad del mando el ascendiente que surge del ejemplo personal. El ahora miembro del Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados Juan Penchansky, fue detenido bajo la dictadura en El Chaco y Brinzoni ordenó que le quitaran los pesados grilletes carcelarios. Diana Conti considera una señal de delicadeza y respeto que Brinzoni la haya visitado en la sede de la Subsecretaría de Derechos Humanos. Esta visión anecdótica, que deduce conclusiones políticas del carácter de las personas, no difiere de la que hace un cuarto de siglo caracterizó a Jorge Videla y Roberto Viola como militares democráticos, o blandos, que resistían a la línea denominada pinochetista, o duros, del general Luciano Menéndez. Tal distinción hoy mueve a risa, pero guió la conducta de la clase política y dio tiempo y espacio a la dictadura para extender la masacre a todos los sectores de la sociedad.
El inconveniente para quienes trivializan de este modo los acontecimientos institucionales o políticos, es que a menudo basta con los archivos públicos para desvanecer aquellos artificios de la imaginación o de la voluntad. Por ejemplo, cuatro días después de la presentación de la denuncia a Bagnasco, el entonces jefe de Estado Mayor del Ejército, Martín Balza respondió a un reportaje de Clarín:
–¿Seguro que no hay documentos?
–En el ‘94 comencé a enviar boletines a todas las unidades para que informen si existen. Aseguré reserva de identidad y a los comandantes les pedí una respuesta por escrito. La negativa lo demuestra.
–¿Nunca se le acercó nadie para aportar información?
–Nunca.
Estas palabras de Balza demuestran el carácter distractivo y cosmético de la búsqueda ordenada por Brinzoni: hace seis años que el Ejército simula buscar y responde que no encuentra. Esta semana presentará con alharaca algún papelucho y dará una vez más por cerrado un capítulo de la historia que la sociedad no ha mostrado el mismo apuro por dejar en el olvido. Hace diez días, en presencia del presidente De la Rúa, Brinzoni dijo que el Ejército “aspira a la reconciliación justa y definitiva que nuestra Patria ansía”. También había hablado de “encontrar juntos los mecanismos que apunten a la reconciliación de la sociedad”, durante la audiencia con la doctora Conti. Ni la Patria ni la sociedad, ni mucho menos las víctimas del Estado Terrorista anhelan ni precisan nada que pueda describirse con tal vocablo. Se aplican al caso las palabras que Jurgen Habermas escribió en su libro “La inclusión del otro” a propósito de los conflictos tribales en Estados postcoloniales: “Las naciones sólo surgen cuando han dejado atrás el difícil camino que lleva de las comunidades étnicamente fundadas entre individuos que se conocen, hasta una solidaridad jurídicamente mediada entre ciudadanos que son extraños entre sí”. La ansiedad del Ejército y ahora también del gobierno por alcanzar la denominada reconciliación no tiene sentido y, en algunos casos, encubre bajos sentimientos. La reconciliación es un conceptoreligioso que no se puede inyectar a presión en la vida política secular. Forzar a que se reconcilien los familiares de las víctimas con sus asesinos que aún siguen ocultando las circunstancias de cada caso, es sádico con los individuos e irrelevante para la sociedad. El único fundamento firme para construir un futuro diferente es el compromiso de todos a respetar la ley, esa “solidaridad jurídicamente mediada entre ciudadanos que son extraños entre sí”, sin trucos ni promiscuidad.

López Mingo

Otro capítulo en el que el gobierno está sobreactuando su deferencia ante los militares es el de las propuestas de ascensos a oficiales superiores. Contra todas las expectativas, Brinzoni y el jefe de Estado Mayor de la Armada, almirante Joaquín Stella, el ministro de Defensa, Ricardo López Murphy, y el presidente De la Rúa ratificaron todos los pliegos de ascensos enviados un día antes de concluir sus gestiones por Balza, el almirante Carlos Marrón, el ex ministro Jorge Domínguez y el ex presidente Carlos Menem. Varios de ellos habían sido impugnados por los organismos de derechos humanos por las constancias que existen sobre la participación de esos oficiales en delitos aberrantes contra la libertad, la vida y la dignidad humanas. López Murphy, quien aterrizó en Defensa por las mismas razones ajenas a su competencia que llevaron a Domingo Cavallo a la Cancillería en 1989, entiende que el sostenimiento de esos pliegos es una forma de compensar al Ejército por las apreturas económicas en que lo pone el ajuste dispuesto por el gobierno. Esta cesión de principios en canje por recursos presupuestarios ni siquiera parece un buen negocio en sus propios objetables términos.
Cuando la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos le entregó la documentación que respaldaba las objeciones y le solicitó que retirara esos pliegos, López Murphy respondió que en ese caso deberían pasar a retiro “los Comandantes en Jefe” que los propusieron. El planteo ministerial refleja concepciones propias del tiempo en que los reglamentos castrenses valían más que las leyes de la Nación. Aceptarlo implicaría conferir a quienes como jefes de Estado Mayor sólo son asesores del Poder Ejecutivo las atribuciones que tenían los comandantes en jefe, como erróneamente los llamó el ministro. Por otra parte, cuando el Senado rechazó los pliegos de oficiales del Ejército y la Armada, como el teniente coronel Carlos Enrique Villanueva o los capitanes de fragata Antonio Pernías y Juan Carlos Rolón, ningún jefe de Estado Mayor dejó su puesto ni se afectó la estabilidad democrática, que no necesita otro comandante en jefe que el presidente. En la última década, el país ha dado pasos muy importantes en la afirmación de la primacía de las instituciones políticas, de la soberanía del pueblo y de sus representantes sobre estos grupos de presión, intereses especiales o poderes fácticos que ensombrecieron el pasado del país. Tal vez por el recuerdo de los años de inestabilidad y sublevaciones de la anterior gestión radical, aunque hoy ninguna amenaza le aguarda por esta cuestión, el flamante gobierno ha iniciado un retroceso tan innecesario cuanto peligroso en el camino arduamente recorrido de la subordinación militar al poder civil. El Senado está todavía a tiempo de impedirlo.


4 x 4

Una consulta con los distintos bloques del Senado indica que cuatro de los ocho pliegos objetados por los organismos de derechos humanos ya contarían con la mitad más uno de las firmas necesarias en la Comisión de Acuerdos. Los tenientes coroneles que serían promovidos a oficiales superiores son:
  Alejandro Guillermo Duret, MI. 10.525.335, alias Porra, legajos 0676, 2297 de la Conadep. El juez federal de Azul Jorge Ferro lo había procesado por la desaparición de Carlos Alberto Labolita, hasta que la causa pasó al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
  Eduardo Daniel Cardozo, MI 10.550.576. Según informó el CELS estaba procesado por los secuestros de Francisco Escamez, Garay y Gonil, hasta que fue beneficiado por la ley de obediencia debida.
  Alejandro Aquiles Richetta, MI, 6.054.592, legajo 7594 de la Conadep. Mientras hacía salto de rana en la Prisión Militar Córdoba, un conscripto casi cayó dentro de un pozo profundo cubierto de pasto. En presencia de Richetta un suboficial comentó: “Menos mal que no se le cayó ningún milico, porque allí tenemos quemados los restos de los subversivos”.
  Rodolfo Sergio Mujica, MI 10.963.753. Legajo 5144 de la Conadep. Griselda del Huerto Ponce afirma que luego del secuestro de un sobrino por personal sin uniforme en Catamarca, la tropa legal al mando de Mujica saqueó la vivienda, de donde se llevaron máquinas fotográficas y una filmadora, de lo cual quedó constancia escrita. Las firmas recogidas en favor de los cuatro corresponderían a los senadores radicales Leopoldo Moreau, Luis León, Raúl Galván, Alcides López y José Genoud; a los justicialistas Horacio Zalazar, Julio Sanmillán, Augusto Alasino y Antonio Cafiero, y al pactista correntino José Antonio Romero Feris. Cardozo y Mujica obtuvieron, además, el voto del senador justicialista Ricardo Branda. Al capitán de fragata Pedro Carlos Florido (quien ordenó a los secuestrados en la ESMA confeccionar cuatro pasaportes falsos para el granmaestre de la logia P2, Licio Gelli, y al teniente coronel Ricardo Guillermo Reyes, no les basta con las ocho firmas reunidas hasta hoy (los mismos de los anteriores, menos Alasino para ambos, menos Moreau para Florido y menos Cafiero para Reyes), aunque el ministerio de Defensa sigue presionando. En cambio no hay ninguna firma en favor de los tenientes coroneles Aldo Martínez Según, alias Chancaca, y Rafael Mariano Braga. Martínez Segón y Reyes están acusados por la masacre de Margarita Belén; Braga por el secuestro de un hermano del legislador radical Normando Alvarez García, y de tres trabajadores del Ingenio Ledesma. Ninguno de ellos reapareció.

 

De nazis y oportunistas

Por H.V.

La caracterización de Carlos Ruckauf como “nazi” no es una creación original del presidente de la Cámara de Casación Penal de la provincia de Buenos Aires, Federico Domínguez. Su origen se remonta a la campaña electoral de 1999. Esta es su historia.
En cuanto Ruckauf fue consagrado candidato, el entonces ministro de Justicia y Seguridad, Carlos Arslanian, se ofreció a suministrarle toda la información necesaria sobre la reforma policial y judicial iniciada por el gobernador Eduardo Duhalde. Ruckauf no le contestó. Luego de varias semanas de espera, Arslanian insistió ante el candidato a vicegobernador, Felipe Solá, y le explicó que la complejidad e importancia del tema demandaría varias horas. Solá habló con Ruckauf y concertó una cita en el despacho del entonces vicepresidente en el Senado. Arslanian se presentó con una pila de carpetas. Para comenzar, Ruckauf le advirtió que ya tenía decidida la recreación de un mando policial unificado, es decir el camino inverso al que siguió Arslanian, quien disolvió la Mejor Maldita Policía del Mundo y en su lugar creó 19 policías departamentales. Arslanian contestó que en cualquier caso era conveniente que el futuro gobernador conociera lo hecho hasta el momento.
A los quince minutos de comenzada su exposición Ruckauf lo interrumpió, dijo que debía antender a una delegación de sindicalistas y lo dejó con Solá. Arslanian tragó saliva y orgullo y siguió. Media hora después Ruckauf se asomó por la puerta. “Ah, todavía siguen ahí”, dijo, y volvió a salir. Por eso, en cuanto Ruckauf dijo que había que meterle bala a los ladrones, Arslanian renunció pese a los reclamos de Duhalde para que continuara. Arslanian y Solá conversaron ésa y otras veces, con la confianza de quienes integraban el grupo de trabajo que elaboró unas bases programáticas progresistas para la campaña de Duhalde. “Lo que pasa es que Ruckauf es nazi”, dijo el candidato a vicegobernador, y lo repitió a lo largo de esos meses ante diversos interlocutores. Igual que Arslanian, todos ellos comenzaron preguntándose como podía Solá estar al lado de alguien a quien consideraba de ese modo y terminaron descubriendo su doble discurso cuando el vicegobernador se convirtió en el más eficaz operador para endurecer en el Senado la reforma votada en Diputados y que, según el juez Domínguez, convertirá a la provincia de Buenos Aires en un campo de concentración. Lo más penoso fueron las motivaciones de Solá: la competencia con Raúl Otahacehé y Osvaldo Mércuri por la posición de largada en la carrera para suceder a Ruckauf cuando el gobernador intente volver al despacho principal de la Casa Rosada. La redada de 600 personas detenidas en un día el mes pasado es la más grande en la historia de la provincia y permite vaticinar que el sistema penitenciario bonaerense, que como bien sabe Solá ya estaba al rojo vivo al asumir Ruckauf, colapsará en forma estrepitosa a corto plazo. Ese será el momento para comprobar si las palabras de Solá sobre Ruckauf, que Domínguez lanzó al debate público, eran exageradas. El mayor problema no suelen ser los nazis, que en los comienzos nunca abundan, sino los oportunistas y ambiciosos, que se atropellan por allanarles el camino y colaborar con la obtención de sus metas.
Otro triste ejemplo de doble discurso lo dio el presidente del radicalismo bonaerense, Leopoldo Moreau. El 1º de marzo, en la reunión de la Comisión de Acuerdos del Senado, Moreau fue el más elocuente defensor de las impugnaciones de los organismos de derechos humanos a los oficiales que intervinieron en crímenes aberrantes durante la guerra sucia militar contra la sociedad argentina. Recordó que no se trataba de un juicio penal sino de una evaluación política, explicó que si algunos de ellos fueron absueltos por la Justicia fue porque las leyes de impunidad impidieron continuar los procesos pero que, en caso de sospecha de inhabilidad moral o psíquica, los senadores tenían la obligación de rechazar los pliegos, sin que ello ponga en cuestión la autoridad del Presidente de la Nación,ya que la responsabilidad constitucional de los ascensos es compartida por el Ejecutivo, que propone, y el Senado, que presta, o no, su acuerdo. Según la versión taquigráfica del Senado, Moreau dijo: “Tengo la íntima convicción de que estos oficiales, en su mayoría, no están en condiciones de ejercitar cargos de responsabilidad de comando”. Sin embargo, un senador justicialista dijo a este diario que la firma de Moreau ya fue estampada al pie de los dictámenes prestando su acuerdo al presidente de la Nación para el ascenso de cinco de los oficiales cuestionados, y sólo falta en tres. Como se ve, Moreau está flojo en aritmética y, salvo en la interna radical, no distingue mayoría de minoría.