Stalingrado
Por Horacio Verbitsky

Primero fue la euforia. Por lo menos desde el 2 de abril, cuando las milicias celestiales desembarcaron en Puerto Stanley, hasta que los ingleses comenzaron a descargar sus bombas desde el aire, el 1º de mayo. Siguieron tres semanas de incertidumbre, en las que cada batalla aérea era seguida como parte de un juego. A partir del 21 de mayo, cuando los británicos desmintieron todas las predicciones oficiales y desembarcaron en San Carlos, la propaganda del régimen se volvió frenética. El miércoles 9 de junio, en la sede de Somisa, 40 profesionales y hombres de negocios se reunieron para escuchar las explicaciones de un Estratega Oficial designado por la Junta Militar para esclarecerlos porque sabía entenderse con la opinión pública. Lo había demostrado en otra misión, de la que quedaron en su agenda algunos contactos periodísticos. La Argentina había optado por una estrategia defensiva, como la de los rusos en Stalingrado, dijo, por lo que no había nada de qué preocuparse. Después de la conferencia el Estratega Oficial continuó disertando para una mesa de cinco personas, tendida en el restaurante El Jabalí. No hacía tanto frío como en el invierno ruso, ni como en el otoño de las islas Malvinas, pero la noche era destemplada y el lugar invitaba a calentarse el cuerpo y el alma con una buena copa de cognac. Por si alguien no lo recordaba, el Estratega narró que la profunda incursión alemana por el helado territorio soviético fue el principio del fin de Hitler, que no pudo resistir en cuanto los rusos dejaron de retroceder y presentaron batalla en Stalingrado. Calma, entonces. Ya comenzaría la contraofensiva criolla.Al día siguiente el Estratega siguió su tarea de evangelización de los incrédulos en casa de Eduardo Saiegh, un empresario que desde el año anterior pugnaba por la rehabilitación de su Banco Latinoamericano, liquidado por el Banco Central. El Estratega Oficial explicó que el hundimiento de la fragata inglesa “Plymouth” demostraba el seguro éxito argentino en la guerra. Además de hombres de negocios locales había tres funcionarios de la embajada de Francia. Uno de ellos era el agregado militar y disintió con la evaluación. Más que un acierto argentino, el episodio de la fragata hundida se debía a un error del capitán del buque inglés por estacionarla en una zona interior de las islas donde fue un blanco fácil para los aviones argentinos, sin espacio apropiado para retirarse. Si las tropas británicas avanzaban, lo mejor que podría hacer la Junta Militar sería ordenar la retirada de sus fuerzas, dijo. El Estratega se enardeció, como si las palabras del francés lo ofendieran. Debe considerar usted que de las dos superpotencias una será neutral y la otra nos apoyará, dijo el Estratega. El agregado militar francés movió la cabeza en desacuerdo. Ni Estados Unidos será neutral, porque Gran Bretaña es su principal aliado en la OTAN, ni la URSS apoyará a la Argentina, porque en la división pactada del mundo ésta no es su zona de influencia.El Estratega no aceptó esos argumentos y repitió los suyos en un tono agresivo. El francés respondió con fervor hasta que ambos se levantaron de la mesa con gesto desafiante. “Vamos, hombre, no se pongan así”, los exhortó el abogado Héctor Alegría, respaldado por el hermano del anfitrión, Miguel Saiegh, y por el contador Roberto Quian, quien casi veinte años después recuerda con asombro que el Estratega no hubieramencionado en su análisis la posición de Chile, cuyo dictador, hoy se sabe, colaboraba en forma activa con los ingleses. Cinco días después de esa discusión, el miércoles 14 de junio de 1982, el general argentino Mario Menéndez se rindió ante el general inglés Jeremy Moore. La única condición que puso es que el acta no dijera que la rendición era incondicional. Si ésas son las calificaciones del Estratega, si además carece de idoneidad moral, ¿qué es lo que defiende el decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Andrés D’Alessio cuando defiende como profesor de Estrategia en la Maestría de Relaciones Internacionales al ex interventor militar en el confiscado diario La Opinión, general Teófilo Goyret?Jacobo Timerman, que murió ayer en Buenos Aires, no llegó a ver la separación de Goyret de su cátedra que, en nombre de una elemental decencia, debería producirse ya mismo.