MITOS Y FANTASMAS RESUCITADOS POR LA CAMPAÑA ELECTORAL
¿Burguesía nacioqué?
 
Con la campaña electoral ha vuelto a resucitar la burguesía nacional. Fenecida hace más de dos décadas hoy coquetea pintarrajeada con los equipos duhaldistas. Su anterior reencarnación, en los primeros años de la presidencia de Menem, produjo el plan BB que culminó con el rebrote hiperinflacionario de 1990. El desempeño de la economía en la última década ridiculiza la pretensión de discernir entre el comportamiento de capitales locales y extranjeros. Ambos han sido socios en las superganancias mientras el resto de la economía se hundía. El salario ha dejado de contar como parte de la demanda y hoy es sólo un costo, cuanto más bajo mejor.
Dichos: Según Chacho Alvarez ya no existe una burguesía nacional y lo nacional ha quedado reducido a las pymes. Pero el programa de la Alianza no garantiza una política demasiado distinta a la del duhaldismo. 

Otra vez: Los mismos teóricos que racionalizaron el acercamiento de Menem a Born peroran alrededor de Duhalde sobre el rol que tendrán en su gobierno los supuestos burgueses nacionales.

 
 
Por Horacio Verbitsky 

t.gif (862 bytes) La campaña electoral está resucitando espectros que se creían bien muertos y enterrados, pero no es la primera vez que eso ocurre. Durante la campaña de 1989 los aspirantes justicialistas Carlos Menem y Eduardo Duhalde recrearon algunos de los mitos fundantes de su movimiento, como el ejército y la burguesía nacionales, con buenos resultados electorales que no pudieron trasladar luego a la realidad. Hoy el populismo uniformado sigue descansando en paz. En cambio algunos grandes grupos económicos están acudiendo a masivas capas de polvos y coloretes para trasvestirse de burguesía nacional. Con los tacones mal ajustados ingresan al escenario apoyados en el brazo de Duhalde, cuyas dudas sobre cómo conducirse en los cortos tres meses que faltan para los comicios podrán producir aún más variados fuegos fatuos. 

Alimentos para el pueblo 

Los carapintada del coronel Mohamed Alí Seineldín hicieron las veces de Ejército Nacional. Los usamos y los descartamos, contó luego Julio Mera Figueroa. Seineldín lo admitió ante los jueces que lo condenaron y se limita a envidiar la distinta suerte de su camarada venezolano Hugo Chávez, golpista fracasado hace una década, hoy presidente plebiscitado por una mayoría abrumadora de los votantes. En el rol de la burguesía nacional el elenco del primer menemismo incluyó a Bunge&Born, uno de los holdings de más vertiginoso crecimiento durante las dos décadas anteriores. La estrafalaria justificación para esa alianza decía que se trataba de una empresa productora de alimentos para el pueblo, lo cual cimentaría intereses comunes, pero su estrepitoso fracaso precipitó la segunda hiperinflación. Una década más tarde la distribución del ingreso es la más regresiva de la historia argentina, sólo comparable con la que provocaron por unos meses las llamas de la hiperinflación. El consumo popular de alimentos refleja ese deterioro y BB que no fue de quienes mejor se adaptaron a la reforma estructural que sus hombres pusieron en marcha se ha desprendido de sus plantas procesadoras de alimentos. Quien las adquirió, el grupo Pérez Companc, es el principal aportante a la campaña electoral de Eduardo Duhalde y principal candidato a personificar otro vano retorno del mito. Los mismos teóricos que racionalizaron el acercamiento de Menem a Born pululan ahora alrededor de Duhalde, perorando sobre el rol que tendrán en su gobierno los supuestos burgueses nacionales. Esa hojarasca verbal encubre la prevista continuidad de las alianzas sociales de la década menemista. Por eso tiene especial interés determinar qué queda en verdad de ese sector social cuyo rol fue esencial desde el surgimiento del primer peronismo, en 1945, hasta su sepultura por Isabel Martínez de Perón, José López Rega, Celestino Rodrigo y Ricardo Zinn en 1975. 

Independencia económica 

Un documento de trabajo del Area de Economía y Tecnología de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sobre “El papel de las privatizaciones en el proceso de concentración y centralización económica” dirigido por el economista Daniel Azpiazu describe el comportamiento de las grandes firmas y las estrategias de los grupos económicos y los conglomerados extranjeros y deja en claro que la referencia a la burguesía nacional es más anticuada que el aspecto de quienes la impulsan en el melancólico equipo de campaña de Duhalde. Su lectura no es recomendable para candidatos, porque brinda un baño de realidad y no se presta a las fáciles simplificaciones y tergiversaciones proselitistas. Pero conviene a todos quienes se interesen por conocer los procesos que han transformadola estructura económico-social argentina, con tal profundidad que su reversión es improbable y no podrá tener lugar con meras readecuaciones de la política en curso, como prometieron en Wall Street esta semana los supuestos ministros de Economía del período presidencial que se iniciará a fin de año, Jorge Remes Lenicov y José Luis Machinea. 
La referencia a las privatizaciones en el título del estudio no es ociosa. El remate del capital social acumulado en las empresas públicas por varias generaciones de argentinos fue el botín que permitió superar la puja entre los acreedores externos y el capital concentrado interno. La crisis entre ellos, que hizo tan agitado el tramo final de la presidencia de Alfonsín, se precipitó cuando los ingresos arrancados en esos años por la fuerza a los trabajadores no fueron suficientes para seguir financiando las transferencias del Estado de Bienestar para Pocos hacia esos sectores. A partir de las privatizaciones y la desregulación las 200 empresas de mayor facturación (que el estudio menciona como “la cúpula”) incrementaron en forma acentuada la expansión de sus ventas y de su rentabilidad, que se distanciaron de las del resto de la economía. También tienen un peso decisivo en la balanza comercial. Mientras las empresas de la cúpula tuvieron durante la convertibilidad un abultado saldo comercial positivo, el resto de la economía argentina osciló según los años entre modestos superávits y elevados déficit. “Las grandes firmas”, dice el estudio “crecen sostenidamente aun cuando la economía en su conjunto entra en una etapa recesiva” lo cual las independiza del ciclo económico. Esa es la única independencia económica que la Argentina ha conocido en esta década. 

Como Tierra del Fuego 

Al mismo tiempo se produjo una acentuada desindustrialización y un generalizado retroceso del porcentaje de insumos locales sobre el costo total. La Argentina se apresta a entrar al siglo XXI reconvertida en una armaduría al estilo de Tierra del Fuego. Lejos de cualquier ensoñación modernizadora, la producción industrial de las empresas de la cúpula se sustenta en las ventajas comparativas naturales, como en el caso de alimentos y bebidas, mientras retroceden las producciones más complejas, como maquinarias y equipos, y aquellas expuestas a la competencia internacional, como químicos y metales. (Poco o nada de esto es atribuible a la devaluación del real brasileño ni a la supuesta brasildependencia, argumentada por quienes no desaprovechan ninguna oportunidad de socavar la opción estratégica del Mercosur). Un movimiento paralelo a la desindustrialización ha sido el de la incorporación de nuevos servicios, como la telefonía celular, la televisión satelital o por cable o la medicina prepaga, dirigidos a los sectores de mayores ingresos. 
En las décadas del 50 y el 60 la evolución de las ventas de las cien empresas industriales más grandes era congruente con el ciclo económico: crecían con el auge y bajaban en los momentos de declinación. Esto dejó de ser cierto a partir del golpe de 1976 y la divergencia se ha profundizado desde entonces. Entre 1980 y 1985 el PIB de la economía argentina se contrajo al 1,9 por ciento anual, mientras los activos de las mayores firmas se incrementaron al 6,1 por ciento acumulativo anual. Durante los primeros años del plan de convertibilidad el Producto Interno Bruto de la economía argentina creció a tasas acumulativas del 11 ciento. Pero las ventas de las 200 primeras firmas se incrementaron a una tasa del 13,5 por ciento acumulativo anual. Lo más notable es que mientras el PIB se contrajo más del 4 por ciento en 1995, las 200 empresas más grandes prosiguieron su expansión a la envidiable tasa del 8,4 por ciento. No hay motivos para pensar que algo distinto esté ocurriendo ahora, cuando la recesión es más extensa y profunda que la de hace cuatro años. 

Dos destinos  

Esas grandes firmas son grupos económicos locales y conglomerados extranjeros que funcionan del mismo modo. Ambos son diversificados, transnacionalizados y oligopólicos, poseen docenas de empresas a través de las cuales actúan en todos los sectores y obtienen una porción fundamental de sus ingresos de las colocaciones financieras. Esto les permite expandirse cualquiera sea la situación económica general, lo cual torna irrelevantes las viejas diferenciaciones entre capitales nacionales y extranjeros. De hecho, la mayor parte de sus ganancias no se invierte en el país, como lo demuestran los casi cien mil millones de dólares de capitales de origen local colocados en el exterior, apenas algo menos del monto de la deuda externa. “Los contrastes entre las respectivas fracciones del capital local y extranjero son tan acentuadas”, dice Azpiazu, que “hay mayores semejanzas entre los grupos económicos locales y los conglomerados extranjeros que entre los grupos y las empresas locales independientes”. 
Traducido a un idioma menos técnico esto significa que el destino de este sector económico deja de depender de la situación del resto de los habitantes del país. Históricamente y hasta el rodrigazo de 1975, la pugna entre el capital y el trabajo tenía un límite. El salario percibido por los trabajadores constituía el mercado para la colocación de los bienes que ellos producían. Ese era el fundamento para la alianza social que el peronismo llevó al gobierno en la década del 40. En la célebre conferencia inaugural de la Cátedra de Defensa Nacional de La Plata, en junio de 1944, Perón sentó las bases de lo que sería su futuro gobierno, en una de las intuiciones más felices de la historia argentina: la industria, produciendo para el mercado interno, conciliaría los intereses de burgueses y obreros, aseguraría empleo, salario, y paz social, y abastecería a las Fuerzas Armadas de los materiales que el mercado mundial les negaba. Los industriales argentinos recibían el crédito barato que el Estado obtenía del tipo de cambio diferencial, extrayendo recursos de los exportadores agropecuarios, y pagaban altos salarios a sus obreros, que eran al mismo tiempo consumidores de sus productos. Luego del derrocamiento de Perón las pequeñas y medianas empresas nacionales que ocupaban muchos trabajadores fueron desplazadas por otras extranjeras, de mayor tamaño y con menos personal, sobre todo filiales de las transnacionales estadounidenses que invirtieron en ramas nuevas, como automotriz, química y petroquímica. Así disminuyó la ocupación de mano de obra, y surgieron diferenciaciones tanto entre las empresas como entre los trabajadores: se oligopolizaron los mercados y crecieron las diferencias de productividad y salarios por tipo de empresa. A partir de la dictadura militar comenzó el ajuste a la economía mundial y la reforma estructural, con el surgimiento de los oligopólicos Grupos Económicos transnacionalizados, que siguieron recibiendo recursos del Estado, pero ya no como crédito sino bajo la más graciosa figura del subsidio. Con el menemismo esos mismos grupos asociados con bancos acreedores y empresas extranjeras se hicieron cargo de las empresas del Estado a precios por lo general viles, con marcos regulatorios laxos, constituyendo monopolios privados en mercados cautivos. Esto les produjo una rentabilidad extraordinaria. La redistribución del ingreso también se reflejó en la demanda, donde “el protagonismo de los sectores de altos ingresos tiende a debilitar el papel de los salarios como factor de demanda y a jerarquizarlos únicamente como un componente de los costos”. Luego de destacar el efecto disciplinador de las crisis hiperinflacionarias y de los altos niveles de desocupación, el estudio añade que “los salarios van modificando su relación con el ciclo económico de una manera diferente, quizás inversa, a la del capital concentrado”. Es decir “aumenta atenuadamente en las etapas de reactivación y desciende en las de crisis, manteniendo una tendencia a deteriorarse en el tiempo”. Todo pareceindicar que “a medida que el salario adquiere independencia del ciclo económico, aumenta su correlación con el nivel de desocupación. Ahora es la ocupación la variable que se ajusta a los vaivenes de la actividad económica”. 

Sí, pero No 

La cuestión se presenta de otro modo en la Alianza opositora: en teoría sus líderes no propician fantasías, pero de sus propuestas concretas es difícil deducir las diferencias con las políticas que aplicaría el justicialismo. Su candidato vicepresidencial, Chacho Alvarez, ha dicho que no existe hoy una burguesía nacional y que lo nacional ha quedado reducido a las pequeñas y medianas empresas (pymes), lo cual no es poco como diagnóstico. También considera que los principales grupos económicos locales han sido partícipes entusiastas del sistema de corrupción que en estos años les permitió efectuar superganancias. Por ello, no cree que les preocupe terminar con la corrupción ni adecentar el financiamiento del sistema político. La plataforma de la Alianza, distribuida con el título “El gran cambio”, dedica un capítulo importante a esas pymes exaltadas por Alvarez. “Contra el criterio del actual gobierno, que identifica crecimiento con concentración económica”, la Alianza propone crear una “trama empresaria compuesta por firmas de los más variados tamaños”. Según su definición “las economías caracterizadas por el dominio casi absoluto de las corporaciones internacionales son las economías subdesarrolladas. Ese es el típico paisaje de la mayor parte de las naciones del Tercer Mundo, donde están presentes todos los gigantes, pero no hay una diversidad de pymes. Las empresas pequeñas y medianas son esenciales para crear empleo y descentralizar la economía nacional. Por eso merecerán la atención y el estímulo del gobierno de la Alianza”, que les “asegurará el acceso al crédito y a la información” y “promoverá su integración a cadenas de valor”. Las cadenas de valor son «las que forman, cuando están coordinados, los distintos partícipes en la elaboración de un producto, desde la materia prima hasta la colocación en el mercado mundial». 
Sin embargo, en el capítulo sobre “Crecimiento sostenido”, la misma plataforma de la Alianza propone orientar los esfuerzos de productividad y competitividad “a la producción de bienes con fuerte valor agregado con fuerte demanda internacional”. Entre ellas menciona a las industrias tradicionales, “base de nuestro aparato industrial”; las nuevas industrias “que deben desarrollarse en el Mercosur”; las telecomunicaciones, “motor de la revolución tecnológica mundial”; energía, minería, silvicultura, pesca, construcción, turismo y servicios. Un título propio es reservado a los “agrodólares”, rubro en el que menciona la “producción a gran escala, adecuada a la demanda de los distintos mercados”. En todos los casos, el sistema impositivo “en vez de castigar premiará la producción exportable”. El problema es que, como hemos visto, los principales sectores enumerados son aquellos en los que ocupan posiciones dominantes, cuando no excluyentes, los sectores más concentrados del capital, aquellos responsables del exterminio de las pymes. La burguesía nacional ha muerto, pero su capacidad de lobby goza de buena salud. 

 


 

La gran deudora del sur

Por H.V. 

t.gif (862 bytes) En el primer semestre de 1999 la Argentina encabezó el ranking latinoamericano de incumplimiento de compromisos financieros del sector privado, según la publicación norteamericana “IFR Latin America”. Cinco compañías dejaron de pagar sus deudas internacionales, por 687 millones de dólares. Esto supera los dos tercios de los 1.077 millones de clavos latinoamericanos. El segundo y tercer lugar corresponden a Brasil y México, con 208 y 51 millones de compromisos incumplidos, y completan el ranking con cifras menores Chile, Perú y Venezuela. 
El ranking de los incumplidores aborígenes fue encabezado por Alpargatas, con 450 millones de dólares, seguida por Sociedad Comercial del Plata, con 150 millones. Con 60 millones de dólares figura Central Térmica Güemes, con 18 Supercanal y con 9,8 Hidroeléctrica Piedra del Aguila. En estos casos de malos pagadores privados, se abren varios caminos. O los acreedores aceptan renegociar nuevos plazos y condiciones, o se quedan con la compañía o aparece algún tercero que se hace cargo del control y de las deudas. En el caso de Alpargatas, los acreedores se hicieron cargo del paquete accionario de control a cambio de la deuda impaga. El grupo que hundió a la compañía sólo retiene un 7 por ciento de sus acciones. Sociedad Comercial del Plata está discutiendo una renegociación con sus acreedores. El rechazo de una propuesta deprimió hace un par de semanas la cotización de sus papeles. Supercanal pasó a girar en la órbita de Clarín. En el caso de Brasil el grueso de la deuda correspondía al gobierno provincial de Minas Gerais, en cuyo rescate acudió el Tesoro Nacional. 
Igual que en la década del 70 bajo la dictadura militar, también en la década del 90 el motor que impulsa el endeudamiento externo argentino es el sector privado. Mientras la deuda pública creció en esta década a una tasa del 7,7 por ciento anual, la privada aumentó un 37 por ciento cada año. Durante la dictadura se trataba de préstamos de bancos comerciales, ahora las deudas crecen por la colocación de obligaciones negociables. La deuda con los bancos ha oscilado en estos últimos años entre el 10 y el 15 por ciento del total, mientras los bonos y títulos representan bastante más de la mitad de toda la deuda. Dos de cada tres dólares de esa bola de nieve corresponden a deudas contraídas por empresas recién privatizadas por el Estado o a sus accionistas, para pagar su depreciado costo u obtener el capital de trabajo que no desean extraer de recursos propios. Hasta ahora no ha habido casos en los que el Estado acudiera en socorro de las empresas que no hacen frente a sus deudas, como hizo hace casi dos décadas, cuando el fugaz presidente del Banco Central, Domingo Cavallo, transfirió al conjunto de la sociedad las deudas privadas. Pero conociendo el paño, esa es una sombra ominosa que se proyecta sobre toda la sociedad.