La semana pasada el precandidato justicialista a la presidencia, Eduardo
Duhalde contestó a un reportaje del diario “La Nación”. Allí
formuló graves afirmaciones que no han merecido hasta ahora la menor
respuesta desde ningún sector de la sociedad. Ni siquiera el diario
que las publicó, bien al final de una extensa entrevista, les dio
ningún destaque especial.
–¿Cuál será su política respecto de las
Fuerzas Armadas? –le preguntó el periodista.
–Las Fuerzas Armadas están subordinadas a la Constitución.
No tenemos hipótesis de conflicto, las que tenemos son con el narcotráfico,
el terrorismo –contestó Duhalde.
Pero ocurre que tanto la ley de Defensa Nacional como la de Seguridad
Interior excluyen en forma explícita e inequívoca cualquier
intervención militar en esos campos. Ambas leyes surgieron del consenso
suprapartidario, como una política de Estado, y su propósito
fue dejar atrás aquellos años en los cuales la actuación
de las Fuerzas Armadas en cuestiones de seguridad interior desvirtuó
su rol social y deterioró su idoneidad como escudo protector de
la Defensa Nacional. Las experiencias de la guerra sucia militar contra
la sociedad argentina y de la guerra de las Malvinas contra el Reino Unido
fueron elocuentes. Las leyes de Defensa Nacional y de Seguridad Interior
las codificaron. Expresan, en ese sentido, un proceso de maduración
de la conciencia social, de aprendizaje a partir de los actos del propio
pasado.
La dirigencia política tiene una deficiente preparación
en esta materia. Sobre esa indigencia intelectual se montan las constantes
presiones desde centros internacionales de poder, con el propósito
de reducir a las Fuerzas Armadas de terceros países a un rol policial
que les asegure no tener que empeñar sus propios recursos militares
en defensa de sus intereses. Pero también los Estados Mayores militares
se entregan periódicamente al espejismo de obtener por esa vía
un mayor presupuesto. Ambas leyes están en plena vigencia y los
tribunales de Justicia las están aplicando, para castigar a los
oficiales del Ejército que, en Neuquén y en Córdoba,
realizaron las actividades de inteligencia interior que ese marco jurídico
les veda. Nadie puede alegar el desconocimiento de la ley para justificar
su incumplimiento. Menos quien aspira a la más alta magistratura.
No es admisible que un candidato a la presidencia ignore ese proceso en
forma tan crasa y se coloque de ese modo al margen de la ley que, de ser
electo, jurará cumplir y hacer cumplir.
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