Por Horacio Verbitsky
Tres tenientes
coroneles cuyo pasado interfiere con sus ascensos se presentaron ante la
comisión de acuerdos del Senado como humanistas interesados en las
artes y las ciencias, de inconmovibles convicciones democráticas
e ignorantes de cualquier acto ilegal durante la guerra sucia. Ni conocían
la existencia de campos clandestinos de concentración. Los pliegos
de Ricardo Manuel Frecha, Luciano Teodoro Parszyk y Jorge Alberto Burlando
podrían ser tratados en la sesión de hoy. La versión
taquigráfica de la sesión del miércoles pasado pone
de relieve la inconsistencia de sus descargos pero, también, la
liviandad del interrogatorio senatorial, por desconocimiento de los hechos.
Fueron acompañados por el secretario general del Ejército,
general de división Ernesto Juan Bossi, y el teniente coronel Jorge
Corletti, que los auxiliaron cuando vacilaron. En cambio no se permitió
el acceso a los asesores del Senado, que hubieran podido suplir la falta
de preparación de los legisladores ni a los periodistas. No se trataba
de proteger secretos de la defensa nacional, que no hubo ninguno, sino
de disimular que este simulacro sólo sirve para cubrir las formas.
Un dato que ayuda a entender la presión del Ejército
por estos pliegos es que tanto Frecha como Parszyk participaron en la represión
de los alzamientos carapintada. En 1988 intervinieron en la recuperación
del regimiento de Monte Caseros ocupado por Aldo Rico y en 1990 en la del
Regimiento Patricios y el Estado Mayor. A órdenes directas del entonces
subjefe y ahora jefe de Estado Mayor, Martín Balza. Frecha abrió
el fuego y rindió a los ocupantes de Patricios, coronel Luis Enrique
Baraldini, teniente coronel Osvaldo Tévere, mayor Hugo Reinaldo
Abete y mayor Jorge Pedro Mones Ruiz.
“Los más difíciles”
Los Senadores invitaron a los militares a exponer una somera enumeración
de sus destinos y les formularon pocas preguntas. Frecha dijo que se sentía
el padre de los cadetes que había instruido en el Liceo Militar
y que entre sus tiernas preocupaciones figuraba constatar que durmieran
bien y no fumaran. Cuando el Senador Ricardo Branda (PJ, Formosa) le preguntó
si había desempeñado alguna actividad fuera de la militar,
Frecha dijo que era amante de la pintura y había ganado premios
en exposiciones, hasta que dejó esa vocación por la informática.
Su mayor orgullo es haber elaborado y diseñado la red de informática
del Ejército y el desarrollo de su doctrina digital. Branda tuvo
que aclararle que se refería al desempeño en algún
organismo de seguridad. “Negativo”, respondió. Pero nadie le preguntó
por el campo clandestino de concentración La Cacha, donde según
el legajo 3861 de la Conadep, fueron alojados cuatro jóvenes secuestrados
en un procedimiento en el que el entonces teniente 1º Frecha habría
participado con otro personal del Regimiento 7 de Infantería de
La Plata. El testigo no reveló su identidad, según dijo por
temor a represalias, pero demostró conocimiento de nombres y circustancias.
Dijo que la misión consistía en “chupar a unos subversivos
en un negocio de almacén y un galpón de carnicería
donde se nos dijo que encontraríamos una imprenta clandestina”,
que los bienes de la casa fueron saqueados y que a los secuestrados “de
la Cacha los llevaron en un avión y los tiraron al río”.
Ante una pregunta del senador Raúl Galván (UCR, La Rioja),
Frecha dijo que estaba seguro que nunca hubo detenidos en el Regimiento
7. Sin embargo, bajo el número de Código 264, la Conadep
lo mencionó como centro clandestino de detención. Allí
tenía asiento el Area de Seguridad 113, de la que dependían
otros seis campos clandestinos, la mayor cantidad en toda la subzona 11.
Frecha llegó a negar la propia actividad represiva de su regimiento
y ningún senador le replicó que a los secuestrados en La
Cachales servían en platos y jarros del RI 7. Incluso la Conadep
recogió dos de esos jarritos entre los escombros de la demolición
del campo de concentración, durante una inspección con las
sobrevivientes Nelva Méndez de Falcone y Ana María Caracoche.
El senador Omar Vaquir (PJ, Santiago) declaró su profundo respeto
por el Ejército, aclaró que le creía a Frecha y no
al denunciante, y le preguntó a qué atribuía la denuncia.
Con generosidad e inocencia, Frecha la atribuyó a la maldad de la
gente, algo que le cuesta entender “porque yo no la tengo”. Sugirió
que podría provenir de algún subalterno resentido, ya que
todos los nombrados en la denuncia no eran “los de trato más cordial
y elegante. Quizás eramos los más difíciles como superiores”.
Otro problema gremial.
Agua fría
Parszyk describió su carrera como especialista en inteligencia
y su graduación como Magister en Defensa. Cuando Galván le
preguntó si en alguno de sus destinos en las compañías
de policía militar y de inteligencia militar de Córdoba había
sido compañero del entonces teniente primero torturador Ernesto
Barreiro, lo negó. Sin embargo, una planilla del propio Ejército,
remitida a la Comisión de Acuerdos por la Cámara Federal
de Córdoba indica que Barreiro revistó en el Destacamento
de Inteligencia 141, desde marzo de 1976 hasta enero de 1980 y Parszyk
desde diciembre de 1979 hasta noviembre de 1982. Nadie se la exhibió
ni le hizo notar la contradicción.
La Conadep recibió en julio de 1984 el testimonio del ex conscripto
César Massera, quien cumplió su Servicio Militar Obligatorio
en 1976, en la Compañía de Policía Militar 141 de
Córdoba “al mando del teniente Parsix” en la cárcel penitenciaria
UP1. Su misión era la vigilancia de los presos políticos,
“quienes eran denominados ‘delincuentes subversivos’”. Luego de un interrogatorio
con golpes y torturas un detenido fue llevado al patio, con el torso desnudo
en una noche muy fría. Fue estaqueado y sometido a golpes con las
culatas, hasta las dos de la mañana. Mientras agonizaba “no se le
brindó ninguna atención médica. De a ratos, un cabo
primero le arrojaba agua fría en el cuerpo”, hasta que murió.
Entre los responsables de ese asesinato, identificó al teniente
[Abelardo Sebastián] Ramos Monso, quien poco después fue
substituido “por el teniente Parsix”, quien “guarda un comportamiento más
respetuoso con los detenidos. Sin embargo, casi todas las noches el cabo
1º Paredes, con el sargento Pérez y el sargento Amaya se dedican
a bailar a los presos y a someterlos a golpes y castigos. Durante el invierno
uno de los castigos era el de llevarlos a las duchas y ponerlos debajo
del agua fría durante horas”. El testigo dijo que también
participó a órdenes del “teniente Parsix” en allanamientos
y detenciones de personas que eran entregadas en la cárcel penitenciaria
o en el centro clandestino Campo de la Ribera, y en el traslado de detenidas
embarazadas.
Parszyk dijo que no recordaba al soldado Massera aunque admitió
que “pudo haber estado a mis órdenes en algún periodo a fin
de 1976”. Negó conocimiento del episodio del asesinato en el patio.
Dijo que sólo el Servicio Penitenciario se encargaba de los detenidos
y que el personal militar sólo reforzaba la seguridad y realizaba
actividades de patrullaje y control de rutas. Sólo mucho más
tarde conoció, pero sólo de oídas, los nombres de
La Perla y La Ribera, pero que nunca supo qué ocurría allí.
Sin embargo, el informe de la Conadep sostiene que los distintos campos
clandestinos de concentración de Córdoba “constituyeron un
verdadero sistema que se completaba con la Unidad Penitenciaria 1, destinada
a albergar en condiciones infrahumanas a detenidos legalizados que, después
de pasar por alguno de los campos, eran sometidos a Tribunales Militares
o puestos a disposición del PEN”. Añade que “los traslados
de detenidos entre diversos centros” incluyeron a personas alojadas en
la UP 1,”quienes fueron sacadas en diversas oportunidades para ser llevadas
a los campos clandestinos. La UP 1 reviste particular importancia dentro
del esquema de la represión clandestina en Córdoba, ya que
virtualmente fue ocupada por fuerzas del Ejército a partir del 2
de abril de 1976”. (“Nunca Más”, páginas 200 y 204). En la
causa que instruyó la Cámara Federal de Córdoba se
registran no menos de 33 casos de presos en la UP 1 asesinados en traslados
y al menos dos de ellos, René Moukarzel y Raúl Augusto Bauducco
fueron muertos en el patio de la cárcel para escarmiento de los
demás.
Parszyk todo lo ignoraba. No detuvo ni trasladó a nadie. Tampoco
le impartieron nunca una orden ilegal. Sus tareas consistían en
verificar que los vehículos militares no salieran sin luz de giro
y que los soldados de franco fueran bien vestidos, “porque un soldado mal
vestido predispone negativamente en contra del Ejército”. El Senador
Carlos Verna (PJ, La Pampa) le preguntó por el conscripto José
Antonio Brizuela Cortés, desaparecido de la compañía
de policía militar 141 en setiembre de 1976. Respondió que
no estaba al tanto, que nunca se lo habían comentado porque había
muchos desertores (sic). Vaquir y Leopoldo Moreau (UCR, Buenos Aires) le
hicieron notar la diferencia entre desaparecido y desertor. Cuando Vaquir
preguntó qué había pasado finalmente con ese soldado
intervino Bossi para salvar a su hombre, prometiendo conseguir la información,
que por supuesto es conocida: Brizuela nunca reapareció. Las explicaciones
de Parszyk sobre soldados que se pierden en Tartagal o no tienen plata
para volver al regimiento motivaron la reacción de Verna, quien
le hizo notar que se trataba de un universitario de 27 años, y de
Julio San Millán (PJ, Salta), quien le recordó que estaban
hablando de Córdoba y no de Tartagal. Galván dejó
constancia de que no lo convencían sus explicaciones.15
Burlando al Senado
El teniente coronel auditor Jorge Alberto Burlando se presentó
como un “humanista” y hombre de derecho, de vocación democrática,
que vivió un “conflicto tremendo” cuando las Fuerzas Armadas cometieron
el “error histórico” de derrocar al gobierno constitucional. (Burlando
ingresó al Ejército en diciembre de 1966, cinco meses después
del derrocamiento de Arturo Illia.) “Nunca más vamos a apartarnos
del respeto a la Constitución que es la vertiente de los derechos
humanos y del respeto hacia el personalismo de los habitantes” (sic) prometió.
Pero ante una pregunta de Galván dijo que él tampoco había
recibido nunca una orden ilegítima, y en apoyo de Parszyk dijo que
muchos soldados ponían la mano en la vía del tren para que
se la amputara y “excluirse del servicio” y que también “había
suicidios” de conscriptos. En la década del 70 “los argentinos estuvimos
muy confundidos”, pontificó. Verna le respondió que algunos
estaban confundidos y otros perseguidos.
Ante una pregunta de Augusto Alasino (PJ, Entre Ríos), Burlando
se refirió al secuestro de Luis Alberto Sotuyo y Dora Mercero de
Sotuyo, “un matrimonio que había tenido un enfrentamiento en Bahía
Blanca”, aunque diversos testimonios indican que fueron vistos con vida
en el campo de concentración La Escuelita. Burlando dijo que no
sabía por qué el general Adel Vilas le había encargado
a él la redacción del acta de devolución de la casa
a la familia Sotuyo. Ningún senador pareció haber leído
el testimonio de Vilas ante la Cámara Federal de Bahía Blanca
según el cual se trató de una “operación sicológica”,
que sólo estuvo en conocimiento suyo y de Burlando. Tanto Burlando
como Bossi hicieron girar el interrogatorio sobre un hecho menor: la actuación
de Burlando como auditor en el arresto al capitán Rodolfo Correa
Belisle, por irrespetuosidad al jefe de Estado Mayor Balza (Correa dijo
ante la Justicia que Balza mintió al decir que el Ejército
no había investigado el asesinato del últimoconscripto Omar
Carrasco). Además, Alasino se enredó en una disquisición
formal sobre el rol de Burlando como juez de instrucción militar
a partir de 1984 pero sin referencia alguna al fondo de esa actividad.
Si alguno de los senadores hubieran leído el alegato que el propio
Burlando dirigió a la Junta de Calificaciones del Ejército
que no había recomendado su ascenso se habrían enterado que
pidió ser designado juez militar para efectuar “una mejor defensa
de los intereses de la institución” y “de los generales Catuzzi,
Vilas, Sexton” (es decir sus superiores de entonces) “facilitando un trato
digno y evitando condiciones perjudiciales mayores”. La lectura de la versión
taquigráfica sugiere que ningún senador conoce los expedientes
que instruyó Burlando a raíz de una serie de privaciones
ilegales de la libertad, tormentos y homicidios. En algunos, su firma figura
dos veces. Como asesor jurídico del Cuerpo V, en 1977 respondió
ante un recurso de hábeas corpus que Darío Rossi no estaba
detenido. Como juez de instrucción, en 1986 sobreseyó en
la causa por ausencia de pruebas o indicios “que permitan responsabilizar
al autor o autores” de su desaparición. En casi todos esos expedientes,
Burlando dijo que no se había probado la existencia del “lugar denominado
La Escuelita”, donde las víctimas denunciaban haber sido torturadas
y refutó las investigaciones de la Conadep. Para ello tomó
declaración a los suboficiales del Servicio Penitenciario Néstor
Cendón y del Ejército Oreste Vaello, quienes dijeron que
la Conadep los había extorsionado “a fin de enlodar al personal
militar”. Burlando destacó la entrega de importante material probatorio
por parte de Vaello y Cendón, pero tales documentos nunca se incorporaron
a los expedientes que instruía. En casi todas las causas, según
Burlando los delitos estaban prescriptos. En algunas “la experiencia” denunciada
por la víctima” pudo provenir “de haberse producido” a “las no descartables
rivalidades de facciones políticas encontradas, el submundo de la
droga, el contrabando, la delincuencia común, el secuestro extorsivo,
etc”, por no decir de los extraterrestres. En un expediente por la privación
ilegítima de la libertad y torturas le preguntó al acusado
ex delegado de la Policía Federal, comisario Vicente Forchetti,
“si existían en la época rivalidades de grupos políticos
que emplearan el secuestro y la extorsión entre ellos”. El bloque
radical adelantó que no prestará el acuerdo, lo cual deja
la decisión en manos del partido del gobierno.
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