Por Horacio Verbitsky
El Arzobispo
de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, quien el jueves emplazó públicamente
a Fernando De la Rúa a vetar una ley que la Legislatura de la Ciudad
aún no sancionó, es la personalidad de la Iglesia más
avasalladora y conflictiva en décadas, amado por unos y execrado
por otros. Según la fuente que se consulte, es el hombre más
generoso e inteligente que alguna haya vez haya dicho misa en la Argentina
o un maquiavélico felón que traicionó a sus hermanos
en aras de una insaciable ambición de poder. Tal vez la explicación
resida en que Bergoglio reúne en sí dos rasgos que no siempre
van juntos: es un conservador extremo en materias dogmáticas y posee
una manifiesta inquietud social. En ambos aspectos se parece a quien lo
designó al frente de la principal diócesis del país,
el papa Karol Wojtyla. La espectacular irrupción de Bergoglio coloca
ahora en la escena pública un debate que desde hace veinte años
divide a la Iglesia y que se extiende a todos los aspectos, desde su comportamiento
durante la dictadura militar hasta su desempeño al frente de la
Compañía de Jesús, y que se expresa en categóricas
paradojas: el arzobispo de Buenos Aires es el primer jesuita en alcanzar
esa jerarquía y sin embargo, carece de toda relación con
la Compañía, donde su nombre es denostado. La intimación
de Bergoglio a De la Rúa también plantea un apasionante debate
político: la Alianza por la Seguridad, el Trabajo, la Justicia y
la Educación, ¿debe capitular ante cada una de las corporaciones,
como ya hizo con la Policía Federal al devolverle el control omnímodo
de las calles de la Ciudad, o hacerse fuerte en los temas que la llevaron
hasta donde ya llegó y organizar poder social para resistir los
previsibles embates que seguirán, tema por tema?
Iglesia y dictadura
En su libro “Iglesia y dictadura”, editado en 1986, cuando Bergoglio
no era conocido fuera del mundo eclesiástico, Emilio Mignone lo
mencionó al referirse a lo que llamó “la siniestra complicidad”
con los militares, que “se encargaron de cumplir la tarea sucia de limpiar
el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”.
Según el fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, el
ex obispo de Santa Fe Vicente Zaspe reveló que durante una reunión
con la Junta Militar en 1976, el entonces presidente de la Conferencia
Episcopal y vicario castrense, Adolfo Servando Tortolo, solicitó
que antes de detener a un sacerdote las Fuerzas Armadas avisaran al obispo
respectivo. Agrega que “en algunas ocasiones la luz verde fue dada por
los mismos obispos. El 23 de mayo de 1976 la Infantería de Marina
detuvo en el barrio del Bajo Flores al presbítero Orlando Yorio
y lo mantuvo durante cinco meses en calidad de desaparecido. Una semana
antes de la detención, el arzobispo Aramburu le había retirado
las licencias ministeriales, sin motivo ni explicación. Por distintas
expresiones escuchadas por Yorio en su cautividad, resulta claro que la
Armada interpretó tal decisión y, posiblemente, algunas manifestaciones
críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización
para proceder contra él. Sin duda, los militares habían advertido
a ambos acerca de su supuesta peligrosidad”. Mignone se pregunta “qué
dirá la historia de estos pastores que entregaron sus ovejas al
enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”.
Sin embargo, alguien que estuvo muy cerca de Mignone desde aquellos
años y hasta su muerte en diciembre del año pasado, la actual
Defensora del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Alicia Oliveira, suministra
una versión antagónica sobre el rol de Bergoglio en aquel
tremendo episodio. Aunque no coincide con las posiciones conservadoras
del arzobispo, quien es padrino de sus hijos, Oliveira sostiene que Bergoglio
avisó del peligro en ciernes a Yorio y a su compañero Francisco
Jalics, quienes trabajabanen la villa de Flores junto con la hija de Mignone
y con una hermana de Alicia. “Les dijo que tenían que levantarse
y no le hicieron caso. Cuando los secuestraron, Jorge averiguó que
los tenía la Armada y fue a hablar con Massera, quien lo saludó
en forma campechana para menoscabarlo:
-¿Qué dice, Bergoglio?”.
Según la Defensora del Pueblo “Jorge no se dejó intimidar
y le contestó del mismo modo:
- ¿Qué dice, Massera? Le vengo a decir que si no pone
en libertad a los sacerdotes, yo como Provincial voy a denunciar lo que
pasó. Al día siguiente aparecieron en libertad”.
Un sacerdote de la Compañía de Jesús, que habló
bajo condición de anonimato, refutó esa versión: “¿Cinco
meses esperó para reclamar? La Marina no se metía con nadie
de la Iglesia que no molestara a la Iglesia. La Compañía
no tuvo un papel profético y de denuncia, a diferencia de los palotinos
o los pasionistas, porque Bergoglio tenía vinculación con
Massera. No son sólo los casos de Yorio, Jalics y Mónica
Mignone, de cuyo secuestro la Compañía nunca formuló
la denuncia pública. Otros dos curas, Luis Dourrón, que luego
dejó los hábitos, y Enrique Rastellini, también actuaban
en el Bajo Flores. Bergoglio les pidió que se fueran de allí
y cuando se negaron hizo saber a los militares que no los protegía
más, y con ese guiño los secuestraron. Cuando salieron los
dejó librados a su suerte, y otros como Miguel Hesayne y Jorge Novak
tuvieron que protegerlos”, sostiene el sacerdote.
–¿A usted le consta en forma personal que haya sido así?
–Eso es lo que siempre supimos en la Iglesia de los Pobres y los Seminarios
de Teología para Laicos.
Un laico de activa participación en ese sector y que durante
la dictadura intervino desde organismos de la Iglesia en la denuncia en
el exterior de las violaciones a los derechos humanos, agrega detalles
sombríos. El laico, quien también pidió no ser identificado,
dijo que “por los datos íntimos que poseían y las preguntas
que le hicieron en la ESMA, Yorio cree que Bergoglio o alguien muy próximo
estaba presente en los interrogatorios. Si Yorio se salvó fue porque
intervino el Vaticano. Bergoglio fue un entregador y muchos miembros de
la Compañía debieron exiliarse. Algunos fueron torturados,
como Juan Luis Moyano Llerena, detenido cuando aún era seminarista,
quien salvó la vida por gestiones de su padre, que había
sido ministro de Economía”, sostiene el laico. Ninguno de los protagonistas
de esta historia estuvo accesible para corroborar sus detalles.
¿Es posible conciliar esta visión con la que transmite
Alicia Oliveira? “Antes de irse a vivir al Seminario de San Miguel, Bergoglio
habitaba una casa de la Compañía en la calle Yatay. Un grupo
de tupamaros perseguidos buscó refugio allí, y él
los sacó del país. Todos los domingos comía con sus
sacerdotes en la casa de ejercicios San Ignacio, en San Miguel, que estaba
enfrente de la Escuela de Suboficiales Sargento Cabral. Un día cayó
una patota de Campo de Mayo que vió el cartel “Casa de Ejercicios”
y puso a todos los curas contra la pared. Jorge intercedió para
que no se los llevaran. En esos almuerzos, con ravioles amasados por ellos,
Bergoglio organizaba las despedidas de los curas o los laicos consagrados
que estaban en situación de riesgo, entre ellos el hijo de un general.
El se encargaba de sacarlos del país, y todos hablaban de la situación,
con rezos. Jorge los protegía”, dice la Defensora del Pueblo. La
fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Esther Balestrino de Careaga fue
compañera de trabajo de Bergoglio. Un día le pidió
que fuera a dar la santa unción a un familiar. En realidad quería
pedirle que se hiciera cargo de su biblioteca. “Bergoglio se llevó
los libros en una camioneta a San Miguel”. Esther Balestrino fue secuestrada
y nunca reapareció. En cambio su hija, Ana María Careaga,
fue puesta en libertad luego de pasar por varios camposde concentración.
“Jorge habló con ella, con muchísimo afecto”, agrega Oliveira.
Hijos de San Ignacio
“Es un enfermo de poder”, dice un sacerdote jesuita que hace un cuarto
de siglo fue su amigo. Su descripción es la de un hombre simpático
y con una notable capacidad de captación, conservador pero con preocupación
por los pobres. En 1973, el año del regreso de Juan D. Perón
a la Argentina y al gobierno, Bergoglio fue designado Provincial de la
Compañía por un periodo de tres años y a su conclusión
reelecto por otro tanto. “Era una época de cambios y el Superior
de la Orden, Pedro Arrupe, promovía a los jóvenes. La formación
jesuítica lleva 14 años y culmina a los 32 de edad. Bergoglio
tenía apenas 36 y era el candidato de la gente más progresista,
sin ser revolucionario”. En esos años posteriores al Concilio Vaticano
II, cerca de un 30 por ciento de los estudiantes y sacerdotes de la Compañía
dejaron la Iglesia, por razones personales, ideológicas o institucionales.
“A los nuevos que entraban, Bergoglio les dió un marco de contención
más rígido y estructurado. Esto se agudizó después
de 1976, cuando su opción se inclinó por lo más tradicional.
Esto produjo un tipo de estructura jesuítica diferente a la del
resto de América Latina y generó mucho aislamiento de la
Provincia”, dice el sacerdote. Los jesuitas formados por Bergoglio siguen
una línea dogmática tradicional, pero “hacen la pastoral
de fin de semana con los pobres. Les infundio una visión sacramentalista,
acrítica y muy asistencialista”, añade. Según el sacerdote,
Bergoglio “trató de desarmar el centro de estudios de la Compañía,
el CIAS, donde estaban los sacerdotes Storni y Pellegrini. En la revista
que editaban se publicó el artículo de Pellegrini sobre la
represión que reprodujo Timerman y provocó la clausura de
`La Opinión`”, dice. “Eran unos snobs intelectuales”, desdeñan
quienes avalan a Bergoglio.
Al concluir su ciclo como Provincial, Bergoglio fue sucedido por el
flamenco belga Andrés Swinnen. Bergoglio asumió como Rector
de la Facultad de Filosofía y Teología de San Miguel, por
otros seis años, y desde allí siguió influyendo en
la Compañía, donde el nuevo Provincial nunca tuvo suficiente
consenso como para eclipsarlo. En esos doce años formó una
generación de jesuitas y hasta hoy su huella se siente en la Compañía.
“Ha escrito libros de espiritualidad y ha sido maestro de novicios. Aún
conserva el control de la Universidad del Salvador, donde designó
como rector al ex seminarista Juan Tobías, y tiene una oficina ahí.
Sin embargo, no hay ningún jesuita enseñando en El Salvador”,
dice su ex amigo.
En 1985 se produjo un episodio que no ha cesado de enturbiar la relación
del ex Provincial con su congregación. Bergoglio fue trasladado
a una Casa de la Compañía en Córdoba. Aunque el arzobispo
de Buenos Aires no concede entrevistas periodísticas, personas próximas
a él dicen que allí lo tuvieron virtualmente secuestrado.
“Decían que estaba loco y lo tenían encerrado, no le pasaban
las llamadas, presuntamente para protegerlo”. El sacerdote jesuita que
fue amigo de Bergoglio no niega los hechos, aunque les da una explicación
diferente. “Puede ser, no digo que no haya ocurrido así. Según
como se mire. Los conflictos internos fueron muy serios, tanto por la línea
seguida como por el modo de gobierno y por cierto maquiavelismo. Para él,
vale todo. Si se estaba tratando de cambiar la orientación de la
Compañía y lo llamaban los estudiantes, es probable que no
le pasaran las llamadas, porque hubiera perturbado ese trabajo de cambio”,
admite. En 1985, en lugar de Swinnen fue designado Provincial el presidente
de la Conferencia Argentina de Religiosos (CAR), Victor Zorzín,
sucedido seis años después por Ignacio García Mata.
Aislado en Córdoba, Bergoglio perdió gravitación en
la Compañía, con la que al recuperar plenalibertad rompió
relaciones y quedó en una atípica relación: sigue
siendo jesuita, aunque sin obediencia a la Provincia. La visiones excluyentes
sobre el personaje se repiten casi tema por tema. Sus allegados sostienen
que Bergoglio fue apartado luego del copamiento de la Universidad del Salvador
por Guardia de Hierro y las brigadas San Ignacio, que apoyaban a Mohamed
Alí Seineldín, durante los años calientes de los alzamientos
carapintada contra el gobierno de Raúl Alfonsín. Luego de
un breve paso por Alemania volvió a la Argentina y en 1992 fue designado
obispo auxiliar de Buenos Aires. Quienes defienden al ex Provincial sostienen
que no fue él sino uno de sus sucesores en la Congregación
quien estrechó relaciones con Massera, junto a quien se lo vería
en una escena de la película “La República Perdida”, mientras
desde la Universidad del Salvador otro de sus reemplazantes alentaba la
aventura bélica en las islas Malvinas.
Del Caribe al Plata
“Bergoglio es el responsable de que la Provincia argentina sea retrógrada,
espiritualista, conservadora, con una postura cercana al integrismo, lo
cual es un caso único en el mundo, donde los jesuitas se destacan
por lo contrario”, afirma un estudioso de la Compañía. “Una
generación entera de jesuitas, los que hoy tienen de 35 a 55 años,
fue formada por Bergoglio en el culto a la personalidad, el clientelismo
y la obsecuencia. Visita a los curitas y les soluciona problemas, les ofrece
una computadora o un viajecito de vacaciones. Y oficiosamente sigue manejando
la Universidad del Salvador. En todo el mundo los jesuitas son vanguardia,
acá trogloditas”, agrega.
La fractura fue tan marcada que congregaciones que tienen la misma
espiritualidad que los jesuitas, como las Esclavas, el Sagrado Corazón,
las Hijas de Jesús, o la Compañía de María,
que normalmente recurrían a jesuitas de la provincia argentina para
sus ejercicios espirituales anuales o para sus cursos de teología,
comenzaron a invitar a sacerdotes jesuitas de otras provincias. La gravedad
del conflicto llegó a tal punto que en 1997, cuando Bergoglio asumió
como arzobispo coadjutor con derecho a sucesión, la Compañía
decidió no designar como provincial a un jesuita argentino, para
evitar roces. Desde entonces, el Provincial de la Compañía
es el sacerdote colombiano Alvaro Restrepo y recién el viceprovincial
(o socio, en la jerga) es argentino. Pero la Provincia continúa
profundamente dividida y Bergoglio aún conserva un grado de influencia
en sus filas. “Su obsesión con la Compañía es muy
grande. La Provincia Jesuítica lo invitó a ordenar sacerdote
a un hijo de su hermana y ni contestó. Luego de dos meses de espera,
el Provincial lo vio para preguntarle la respuesta. Fue una reunión
seca de dos minutos, en la que le echó a la Compañía
toda la culpa del conflicto”, dice el sacerdote.
La promoción
La promoción de Bergoglio se debe a quien lo antecedió
en la arquidiócesis de Buenos Aires, Antonio Quarracino y al Nuncio
Apostólico, el italiano Ubaldo Calabresi. Cuando el titular propone
y el Nuncio avala, Roma no objeta. Pero Bergoglio también hubiera
accedido al arzobispado si la designación se hubiera decidido por
el voto de los sacerdotes, entre quienes goza de una fuerte adhesión.
“Cultiva el bajo perfil. Está honestamente preocupado por los pobres,
vive su espiritualidad. Es encantador, conquistador, muy austero, lleva
siempre el mismo traje viejo, anda con zapatos gastados, viaja en colectivo
y en subterráneo”, dice un sacerdote que lo conoce bien. Al renovarse
la cúpula eclesiástica en 1996, Bergoglio que aún
era auxiliar de Quarracino ocupó un lugar en la Pastoral Social.
Su designación nada menos que como arzobispo de Buenos Aires pasópor
encima de varias tradiciones: es el primer religioso de una congregación
y no del clero diocesano que alcanza esa posición, y el primer jesuita.
Tampoco es común que la principal diócesis del país
sea ocupada por alguien que no ha sido antes obispo titular de otra. Al
describir su personalidad, su ex amigo jesuita dice que Bergoglio es un
hombre de gran carisma para relacionarse. “Es capaz de acompañar
toda la noche a un cura enfermo. Cuando era coadjutor iba a vivir a las
parroquias. Les daba una semana de vacaciones a los curas y él se
quedaba en su lugar. Así se ganó al clero joven. No es distante
ni hace frías visitas de inspección”. Un obispo ubicado en
los antípodas ideológicos de Bergoglio, con quien sólo
tiene en común la antipatía que se profesan, se refiere a
él en términos muy similares: “Es un hombre muy peligroso.
Si tiene un cura enfermo lo va a ver y se queda toda la noche. Un horror.
Yo voy de visita pero me quedo diez minutos”, dijo el Obispo, quien no
autorizó que se revelara su identidad.
Parábolas bíblicas
Quien primero advirtió el cambio político que significó
el ascenso de Bergoglio al arzobispado fue el presidente Carlos Menem,
quien deseaba velar a Quarracino en la Casa de Gobierno. Bergoglio se negó
y dispuso que la ceremonia se celebrara en la Catedral. Menem se proponía
ser uno de los oradores, pero Bergoglio decidió que nadie más
que él hablaría. En su primer año como arzobispo,
Bergoglio instó a ocuparse de los niños, los enfermos, los
ancianos y los desocupados. También pronunció homilías
críticas de lo que llamó “las elites parásitas, estériles,
que viven para maquillar su propia existencia”. En unas jornadas de Pastoral
Social dijo que “el Señor nos quiere metidos en el mundo” y que
la Iglesia no debía “confundir su misión de ser luz y fermento
con una conciencia de elites”. El encuentro consistió en mesas redondas
y talleres de trabajo simultáneos sobre pobreza, vivienda y salud.
En la misa de cierre, concelebrada con una decena de sacerdotes dijo: “Como
pueblo de Dios, metámonos en la urdimbre social de nuestra ciudad,
que nos necesita; una ciudad a la que nosotros necesitamos saber escuchar,
sufrir con ella, no cerrarle las entrañas”. Su muñeca política
se reflejó en la composición de los paneles. Entre los participantes
hubo radicales como Juan Octavio Gauna, menemistas como Eduardo Amadeo,
cavallistas como Juan Llach y frepasistas como Arnaldo Bocco. Pero sería
ingenuo pensar que las posiciones de Bergoglio sólo representan
sus preferencias personales. Ya en noviembre y diciembre de 1996 la nueva
directiva de la Conferencia Episcopal emitió declaraciones fustigando
la corrupción y exaltando “las conquistas sociales y la dignidad
de los trabajadores”. Esa es la línea elegida por la Iglesia argentina,
con el beneplático del Vaticano, para escapar de los cuestionamientos
por su actuación bajo la dictadura, que se suscitaron en 1995 con
la revelación del capitán de la Armada Adolfo Scilingo de
que la jerarquía eclesiástica había aprobado los métodos
bárbaros de ejecución de prisioneros y que los capellanes
se encargaban de acallar con parábolas bíblicas los escrúpulos
de los oficiales que dudaban de la legitimidad de las órdenes de
asesinar a prisioneros indefensos.
Lo que vendrá
Es probable que esa línea se acentúe si la Alianza por
la Seguridad, el Trabajo, la Justicia y la Educación gana las elecciones
presidenciales el próximo semestre. La Iglesia, tan militante contra
el gobierno radical de Alfonsín y tan complaciente en la década
menemista, está haciendo precalentamiento ante la hipótesis
de una victoria de la oposición. El episodio del jueves encierra
también otras enseñanzas. Ninguna concesión acualquiera
de las corporaciones que pesan sobre la sociedad política será
la última, porque lejos de saciarlas, las ceba. La claudicación
de la Alianza ante la policía estimuló a la Iglesia a presentar
su propio pliego de condiciones, sin cuidar ni siquiera las formas. De
la Rúa se apresuró a contemporizar con Bergoglio. Acaso temió
que, de no hacerlo, en vez de las minifaldas de los travestis que escandalizan
a los vecinos de pro, los estudios de televisión se poblaran de
iracundas maxifaldas sacerdotales, en una nueva campaña contra otro
Código de Convivencia, ya no en las calles de la Ciudad sino en
las aulas escolares. Algo similar está ocurriendo en Italia, donde
el gobierno del ex comunista Mássimo D`Alema no cesa de retroceder
ante las presiones culturales y económicas de la derecha. A la reunión
de D`Alema con el Papa y la restrictiva ley de fertilidad asistida (que
prohibió el empleo de semen y óvulos de donantes ajenos a
la pareja), siguió la ley de educación en Bologna, que bajo
el capcioso argumento de asegurar la igualdad de oportunidades, plantea
derivar parte de los fondos asignados a la educación pública
para subvencionar los colegios confesionales, y el proyecto de ley de precarización
laboral. El jefe de gobierno lo defendió alegando que con su sanción
habrá más trabajadores protegidos legalmente. De ser así
es curioso que un político tan hábil no lo haya anunciado
ante los sindicatos, sino frente a un auditorio de grandes empresarios
de Milán. La escalada culminó con la decisión de participar
en los bombardeos de la OTAN contra la infraestructura civil de Serbia.
Nada de eso hubiera sido posible en tiempos de los gobiernos democristianos,
porque entonces había una poderosa oposición de izquierda
que lo hubiera impedido. ¿Lo mismo nos espera en la Argentina?
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