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OPINION

Premios y castigos

Por Horacio Verbistky


t.gif (862 bytes)  Baby Bussi se fue a dormir como gobernador electo y se despertó como ex candidato derrotado. Ya el domingo a la noche llamó la atención la falta de respuesta a la convocatoria de Papá Bussi para celebrar la presunta victoria. Sólo los hinchas de Boca acudieron a la plaza, donde además de vivar al campeón se acordaron en forma reiterada de la abuela de Little Richard.
La edición de ayer de Página/12 consignó la contradicción: todas las encuestas en boca de urna daban como ganador al candidato de su papá, pero en las primeras mesas escrutadas mostraban ventaja para el justicialista Julio Miranda. Lo único que nunca estuvo en duda fue la tercera colocación de la Alianza.
En las últimas elecciones internas del justicialismo, en la Capital, en Buenos Aires, en el Chaco y en La Pampa, los presuntos perdedores denunciaron fraude y los resultados definitivos parecieron reflejar antes acuerdos negociados que escrutinios. El riesgo de tales prácticas para la democracia es obvio. Pero en esos casos las juntas electorales respondían a los aparatos triunfantes y no había ningún control extrapartidario de los resultados. De todos modos, tales antecedentes hacen recomendable esperar hasta que termine el recuento de los votos antes de proclamar desenlaces inmutables.
Lo que desde ya requiere una explicación es la diferencia de alrededor de diez puntos, entre los resultados provisorios del escrutinio con respecto a las encuestas previas y a los sondeos en boca de urna. Bussi era el cómodo vencedor en los días previos y las horas posteriores a la elección. Es decir, mientras imperaba el miedo que su papá implantó como modo de relación con la sociedad, desde los tiempos en que gobernaba disfrazado de arbolito de Navidad con colgantes de granadas. Pero quienes mintieron que su voto sería o había sido por Bussi demostraron que ese temor no ha penetrado hasta la intimidad de sus conciencias y que la coacción residual de la dictadura al menos para ellos se detiene a las puertas del cuarto oscuro. Esa es una lección reconfortante que, pese a todo, realza la diferencia entre una democracia imperfecta, a menudo corrupta e insensible a las necesidades elementales, y el imperio de la pura fuerza que el país padeció hasta 1983.
El justicialismo se lleva el premio por haber planteado la postergación de las rencillas nacionales con tal de cerrar el camino a la ignominiosa reelección de los Bussi. La Alianza recibe el castigo merecido por haber rechazado ese ofrecimiento, modesto pero realista, sin entender que en Tucumán se jugaba algo más trascendente que su confrontación nacional con el PJ.

 

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