Un irlandés y un judío
Por Horacio Verbitsky*

 

Como viejo amigo de la familia y periodista que trabajó muchos años con Jacobo, sus hijos Héctor y Javier me pidieron que anunciara la creación de la beca Jacobo Timerman para que periodistas de América latina cursen estudios de posgrado en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Columbia. Ellos esperan que la capacitación de periodistas en esta prominente escuela fortalecerá el compromiso de la prensa latinoamericana no sólo con la independencia y el profesionalismo sino también con la verdad y la libertad.

Timerman trabajó como periodista durante cinco décadas y su nombre está asociado con el de varias revistas y diarios que transformaron y modernizaron el periodismo argentino. Desde su secuestro por la dictadura militar que ensombreció a la Argentina, Jacobo se convirtió en un símbolo de otro tipo. En ese siniestro período casi un centenar de periodistas fueron desaparecidos, palabra que es nuestra triste contribución al lenguaje universal. La prensa estaba controlada e incluso algunos editores aceptaban la consigna militar de que la seguridad nacional era más importante que la libertad de expresión. Pocos héroes se opusieron a esta lógica perversa, dentro y fuera de la Argentina.

El principal héroe de la resistencia interna fue Rodolfo Walsh, quien organizó una agencia clandestina de noticias en las peores condiciones imaginables, para obtener y difundir información sobre lo que estaba ocurriendo. Walsh era de origen irlandés, y se enorgullecía de ello. Timerman fue el más notorio denunciante de la Junta militar fuera del país. Tuve el privilegio de trabajar en distintas épocas con ambos. De ellos aprendí el violento oficio de escritor, como Walsh lo llamó. Jacobo era judío y también se enorgullecía de serlo. Si el diario de Timerman hubiera sido hostil a la Junta desde el primer día, su caso hubiera sido explicable en pura clave política. Pero no fue así. Una porción significativa de las clases medias sintió alivio por el derrocamiento del corrupto y sangriento gobierno de Isabelita Perón y de los escuadrones de la muerte del brujo López Rega. La Opinión reflejó ese sentimiento. Pero Timerman era judío, mientras que el credo militar era el de la Nación Católica.

Lo acusaron de financiar su diario con fondos pagados a los Montoneros por el rescate de los hermanos Born. Esta acusación era ilógica, porque La Opinión comenzó a publicarse en 1971 y los Born pagaron el rescate en 1975. Los propios militares lo absolvieron en una parodia de juicio, pero no lo dejaron en libertad. Porque era judío.

Como no contó con el apoyo del aterrorizado y cómplice liderazgo comunitario, que aceptaba los argumentos militares, el propio Timerman, desde su celda, se las ingenió para que el mundo supiera lo que estaba ocurriendo. Aceptó los cargos que le hacían sus torturadores y reconoció que era Sionista Socialista. Entusiasmados por haber capturado a quien consideraban uno de los Sabios de Sión, publicaron sus declaraciones en la portada del amistoso diario La Prensa. Así el mundo supo, y la presión internacional terminó forzando a la dictadura a liberarlo, no antes de saquear su diario y de despojarlo de su nacionalidad argentina. Entonces, Timerman comenzó un extraordinario periplo personal denunciando los abusos de los militares en el gobierno. Según Gabriel García Márquez la Carta Abierta de un Escritor, que Walsh envió a la Junta Militar, es una obra maestra del periodismo universal. También es una obra maestra el libro de Jacobo, Prisionero sin nombre, celda sin número, uno de los grandes libros del siglo en la Argentina.

El viernes pasado el tercer presidente civil electo consecutivo asumió el gobierno en Buenos Aires. Las Fuerzas Armadas han dejado de ser una sombra amenazante. Sin embargo, la democracia argentina no es plena y madura. Los últimos días de vida de Timerman fueron ensombrecidos por la designación como profesor en la Universidad de Buenos Aires del general Teófilo Goyret, quien dirigió La Opinión después del despojo. Me temo que sería prematuro decir: Jacobo, descansa en paz.

* Palabras pronunciadas el domingo 12 en la Sinagoga del rabino Marshall Meyer en Nueva York en la ceremonia de homenaje al cumplirse un mes de la muerte de Timerman. También hablaron Patricia Derian, el presidente de la comisión de Relaciones Exteriores de la cámara baja, Benjamin Gilman, el editorialista del New York Times Anthony Lewis, el fundador de Human Rights Watch y ex director de la editorial Random House, Bob Bernstein y Javier Timerman. Se leyeron cartas de los ex presidentes Jimmy Carter y Raúl Alfonsín y del dramaturgo Arthur Miller.