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JOSE PABLO FEINMANN
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CRITICA DE LA VIOLENCIA
El Terror clandestino
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(diario Página/12) Durante
la última semana del mes de marzo y durante el mes de abril de 1976 los diarios
argentinos --mesuradamente-- informaron sobre ciertas apariciones macabras: eran
los carbonizados. Cuerpos que aparecían en diversos lugares y que tenían
características comunes: estaban atados con alambre, acribillados a balazos
y calcinados. Luego los diarios dejaron de informar. El gobierno militar dijo que
habría de encargarse de toda información ligada con la lucha contra la
subversión y que, por consiguiente, sólo habrían de publicarse las
noticias oficialmente autorizadas. Sin embargo, deslizó una interpretación
de los hechos: el gobierno no podía contener a los calcinadores de cuerpos.
Eran organizaciones clandestinas. Eran "consecuencias de la lucha que la subversión
ha desatado". Hasta hubo un marino que dijo que no se combatiría a la "violencia
de derecha". Que esta violencia, dijo, era consecuencia de la "violencia
de izquierda". "Son anticuerpos", dijo. "Hay que combatir la
enfermedad, que es la violencia subversiva. Una vez derrotada ésta, desaparecerán
los anticuerpos." Muchos asumieron esta interpretación: había una
violencia paramilitar. Había --se decía esto, créase o no-- grupos
de derecha (se decía también: nacionalistas) que escapaban al control institucional.
El gobierno los padecía casi tanto como sus víctimas, ya que no podía
contenerlos y sufría el desprestigio que arrojaban sobre la escena nacional.
Algunos políticos, inmersos en esta farsa, se dirigían al gobierno y solicitaban
que se contuviera a las "organizaciones clandestinas", o "de derecha"
o "nacionalistas". Videla, incluso, era presentado como la garantía
de esa contención. Porque Videla era el general de la línea blanda. Porque
era "liberal" y no "nacionalista". Porque era el general que
posibilitaría algún diálogo con la civilidad. Esta farsa abrió
el espacio justificatorio para el protagonismo de "políticos dialoguistas"
o "intelectuales almorzadores". Caramba, se decían, qué serio
problema afronta el "liberal" Videla: por más que se aplica y se preocupa
no ha podido aún contener la "violencia clandestina". Pero, en fin,
ya lo hará.
También Rosas --durante las jornadas del Terror desatadas
en 1840-- dijo que no tenía manera de contener a la Más-Horca. Se lo dijo
al ministro inglés Mendeville: "En época de guerra como la presente,
no puede exigirse como en la de una profunda paz". Lavalle había invadido
la campaña y marchaba contra el gobierno del Restaurador: ¿tenía éste
la culpa? Si los mazorqueros degollaban, ¿no tenían la culpa los enemigos
del gobierno, los unitarios que habían desatado una guerra contra el poder constituido
y santo? Lo mismo que, luego, haría Videla: el gobierno no desea los crímenes,
pero no puede impedirlos. No sabe quiénes los cometen. Son consecuencias de
la guerra. Para Rosas, la culpa la tenían Lavalle y sus aliados franceses. Para
Videla, la "subversión apátrida". (Cuando Rosas lo necesitó
frenó los crímenes. Lo hizo desde Morón, el 31 de octubre de 1840,
luego de firmar un tratado de paz con el almirante Mackau.)
La violencia clandestina no sólo se propone matar: se propone
infundir terror. De aquí su crueldad. Pretende ser ejemplarizadora. Dice: no
se metan; el que se mete, muere. Cada cadáver es un ejemplo: esto les pasa a
los que se meten. Es decir, a los que investigan, a los que sacan fotos, a los que
preguntan, a los que opinan, a los que se oponen a que ciertas cosas (básicamente:
el Poder y sus designios, o sus arbitrios o sus negocios) se deslicen sin cuestionamiento
alguno.
Que José Luis Cabezas haya sido carbonizado no es casual:
esta "crueldad", este "ensañamiento", este recuerdo de los
días y las prácticas más horribles de la dictadura son un planificado
bofetazo a la democracia. Sólo faltó el acribillamiento. A Atilio López,
ex vicegobernador de Córdoba, la Triple A le descargó más de ochenta
balazos. Era el exceso del exceso: el puro fascismo. Habrá que ver en el preciso
balazo que recibió Cabezas en la sien la búsqueda de una mezcla escalofriante
entre exceso-desborde y precisión-frialdad asesina.
Ahora bien, nadie puede no saberlo: cuando el Poder no esclarece
un hecho delictivo es porque alguno de sus resortes, alguno de sus estamentos, está
comprometido en él. Esto, hoy, lo saben todos los habitantes de la Argentina,
lo digan o no. Desdichadamente, ya es larga nuestra experiencia del terror. Si Rosas
detuvo pero no condenó ni desenmascaró a la Más-Horca fue porque esta
organización era constitutiva de su gobierno. Si Videla no contuvo los "excesos"
ni contuvo a la "línea dura", fue porque eso hubiera sido contenerse
a sí mismo: porque él era el exceso, él era la línea dura. (Como
vemos, hay, ya, entre Rosas y Videla una diferencia: los crímenes de la Más-Horca
no eran todo el rosismo. Eran un elemento de su poder. El rosismo fue más que
la Más-Horca y están la Vuelta de Obligado o la Ley de Aduanas de 1835
para testimoniarlo. No así con Videla: el terror clandestino constituía
en totalidad a su gobierno. Rosas pudo contener a la Más-Horca y continuar gobernando.
Para Videla, impedir los asesinatos hubiera sido no gobernar.
La precedente aclaración tiene una importancia metodológica
central: no es necesario que todo un gobierno esté complicado con la violencia
clandestina para hacerlo responsable de ella. Todo Videla era clandestino: fue un
gobierno ilegal y terrorista. Pero a Cabezas lo han eliminado bajo un gobierno democrático
y lo han hecho por medio de prácticas videlistas. Un gobierno no puede reivindicarse
como transparente y democrático y permitir que estas cosas ocurran. Si ocurren
y no se descubren es porque alguna zona de ese gobierno es una zona de terror, de
violencia, de ilegitimidad democrática. Si ocurren y no se descubren es porque
ese descubrimiento (todo el país tiene el derecho a suponerlo) desenmascararía
a sectores del Poder que los hombres que lo ejercen necesitan y deseen que permanezcan
intocados.
Todos lo saben y ya todos --o muchos, afortunadamente-- lo dicen:
si lo de la AMIA no se resuelve es porque resolverlo implicaría desmontar estamentos
del Poder que no pueden tocarse. O que sí pueden tocarse: pero al precio de
que ese Poder se cuestione y se depure en totalidad. Lo mismo con todos los otros
casos impunes. Lo mismo, hoy, con José Luis Cabezas.
Para el gobierno sería muy fácil salir de este cono de
sombra de sospecha: sólo tiene que descubrir a los asesinos de Cabezas y exponer
ante la opinión pública qué aberración del Poder los sostiene,
los ampara, los torna posibles. Pero claro: tal vez esto no sea "muy fácil",
sino "muy difícil". Tengo un amigo que dice: "Lo que pasa es
que si empiezan a tirar de la piola en serio... se cae todo, viejo". Puede ser.
Pero lo que pasa es que si no empezamos ya, todos, a tirar de la piola en serio...
también se cae todo. Pero para el lado de siempre. Para el doloroso lado que
ya conocemos: el nuestro.
por José Pablo Feinmann
en Página/12, 1 de febrero de 1997. © Página/12
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