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JOSE PABLO FEINMANN
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CRITICA DE LA VIOLENCIA
El General Rosas (II)
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(diario Página/12) Rosas asume su segundo gobierno el 13 de abril de 1835. Se
dirá que la sociedad argentina estaba dividida en dos, que no fue Rosas quien
creó esa división y que, por el contrario, él venía a solucionarla,
a superarla. Hay, incluso, un libro de un apasionado rosista, Ricardo Font-Ezcurra,
que se llama La unidad nacional. Sin embargo, no es así: la división, es
cierto, existía, pero Rosas la instrumentó para fortalecerse. Rosas hizo
de la división nacional (y no de la unidad) su metodología de gobierno.
La división nacional implica la teoría del enemigo interno: la libertad,
la juridicidad y la paz social siempre están amenazadas cuando un gobierno recurre
a la teoría del enemigo interno.
Rosas explicita frontalmente esta teoría en su discurso de
asunción en la Legislatura de Buenos Aires. Observemos dos puntos cruciales:
el enemigo interno y la necesariedad de la dictadura. Anticipándonos: siempre
la teoría del enemigo interno funciona al servicio de la justificación
de la dictadura. Dice, magnífico, teatral, Rosas: "Ninguno ignora que una
fracción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad y poniéndose
en guerra abierta con la religión, la honestidad y la buena fe, ha introducido
por todas partes el desorden y la inmoralidad" (Ibarguren, p. 210). El enemigo
interno está señalado: una fracción numerosa de hombres corrompidos.
Serán, para Rosas, los unitarios. Pero serán, centralmente, quienes no
piensan como él. Como lo siguieron siendo y lo serán siempre para todo
gobernante que apele a la teoría del enemigo interno. Continúa Rosas, ese
día de otoño, en la Legislatura de Buenos Aires: "El remedio a estos
males no puede sujetarse a formas y su aplicación debe ser pronta y expedita".
Así, la teoría del enemigo interno justifica la rapidez de los procedimientos;
lo cual, claro, justifica, a su vez, un avance temible del Poder Ejecutivo sobre
las formas judiciales, ya que la Justicia --para los que combaten ejecutivamente
contra el enemigo interno-- siempre es lenta y llega tarde. Continúa Rosas,
y continúa y concluye de un modo palmario y estremecedor: "La Divina Providencia
nos ha puesto en esta terrible situación para probar nuestra virtud y nuestra
constancia. Persigamos a muerte al impío, al sacrílego, al ladrón,
al homicida y sobre todo al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse
de nuestra buena fe". Y atención ahora: "Que de esta raza de monstruos
no quede uno entre nosotros y que su persecución sea tan tenaz y vigorosa que
sirva de terror y de espanto (...). El Todo Poderoso dirigirá nuestros pasos".
Lo admito: se trata de un texto algo desmesurado. Tal vez suene
extrañamente hoy como un rescoldo de tiempos salvajes, felizmente superados.
Ocurre, no obstante, que no hay tiempos felizmente superados, y que sólo hace
algo más de una década hemos dejado de oír el lenguaje despiadado
de la teoría del enemigo interno. (Por otra parte --en setiembre de 1996-- el
presidente Carlos Menem pronunció una frase que alarmó a la sociedad, ya
que remitía, de un modo directo y hasta brutal, a la teoría del enemigo
interno. Sintiéndose molesto por el desarrollo de un polo opositor, declaró:
"El enemigo acecha".)
Carlos Ibarguren se complace con ese texto feroz del Gaucho de
los Cerrillos. Rosas, argumenta, era transparente, no pretendía engañar
a nadie. Asumía el gobierno como dictador. Nadie podía ignorar que los
tiempos que se avecinaban serían difíciles y que las libertades públicas
y privadas serían avasalladas. Pero, dice, esto era necesario. Como vemos, la
teoría del enemigo interno funciona, en Ibarguren (y la utilizará, también,
para validar a Uriburu ante la demagogia yrigoyenista), como encuadre justificatorio
de la dictadura. "¿Qué es una dictadura?", se pregunta nuestro
nacionalista de brillante prosa. Responde: "Es el violento avasallamiento de
un pueblo a la voluntad omnímoda de un hombre, de un grupo o de una clase social".
Jugueteaba --al mencionar la dictadura de una clase social-- con el concepto marxista-leninista
de dictadura del proletariado. Pero, para Ibarguren, hombre de linaje, amigo de estancieros,
individualista implacable, la dictadura ideal es la que responde a la voluntad omnímoda
de un jefe. (Los nacionalistas viven soñando con los jefes, con la voluntad
de los jefes, con la omnipotencia de los jefes, con su espectacularidad escenográfica).
De este modo, Ibarguren encuentra en Rosas al dictador ideal. Y, para demostrarlo,
distingue dos tipos de dictaduras: la ocasional y la trascendental. La ocasional
es efímera; es, bueno ¿para qué abundar?, su nombre lo dice: es ocasional,
meramente correctiva de algunos desórdenes y no abre surcos históricos.
La trascendental sí: abre surcos históricos y, abriéndolos, supera
la anarquía, ya que la anarquía es el fundamento de las dictaduras trascendentales.
"¿Cómo y por qué nace la dictadura? Ella es siempre consecuencia
de la anarquía (...) Una colectividad desgarrada por la anarquía sólo
puede volver a su quicio, y formar otra vez un todo coherente, mediante una fuerte
acción que reajuste todos los elementos que se han aflojado y disgregado. Tal
acción debe ser necesariamente violenta" (Ibarguren, p. 212). Queda cerrado
así el círculo de la teoría del enemigo interno. ¿Por qué?
Porque la teoría del enemigo interno se implementa --siempre-- para concluir
en una justificación de la violencia. El teorema que --a partir de Rosas-- traza
Ibarguren es impecable: la anarquía (que existe porque existe el enemigo interno)
conduce a la dictadura trascendental (único ejercicio de gobierno capacitado
para erradicarla) y la acción desarrollada por la dictadura trascendental debe
ser necesariamente violenta. Y, aún, insiste Ibarguren: "Rosas interpretó
y dirigió, como jefe supremo, este gran movimiento --el de la erradicación
de la anarquía (J. P. F.)--; por eso su dictadura fue trascendental y durante
su larga duración, en la que se mantuvo firmemente la unidad nacional y su independencia,
pudieron madurar los elementos que forjaron la organización constitucional,
después de su caída" (p. 213). Notable texto: Ibarguren acepta la
organización constitucional que impusieron Sarmiento, Mitre y Roca, como fruto
maduro de la dictadura rosista. Torpemente --anticipándolos-- incurre en la
misma y lamentable justificación que los militares de la Seguridad Nacional
ofrecerían de sí mismos: la democracia fue el fruto maduro del aniquilamiento
de la subversión, de la anarquía; en suma, del enemigo interno. Si, para
Ibarguren, las atrocidades de la Sociedad Popular Restauradora (la Mas-horca) abrieron
el horizonte de posibilidad de la constitución de 1853 y de la república
consolidada en el ochenta, para los procesistas del '76 el Operativo Independencia
y las torturas de la ESMA abrieron la posibilidad de la democracia. Dos formas de
justificar --a través de dos procesos políticos diferenciados-- la crueldad
infinita de la violencia histórica.
por José Pablo Feinmann
en Página/12, 1997. © Página/12
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